La Conspiración -IX-

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El salón del trono era una vasta estancia, las decoraciones del encielado se veían altísimas, incluso desde los palcos que rodeaban la abovedada construcción y que acaparaban las miradas. Otrora se hallarían vacíos, pero aquel día eran ocupados por los altos miembros del consejo.

En el balcón frente al trono, el gran maestre y un sequito de siervos observaba la audiencia, a su derecha desde el palco que flanqueaba el salón, los más altos miembros de la Sagrada Orden: Lord Verón, el maestre de la Orden; el sumo Sacerdote Grenîon, Leion y Claus altos Templarios. Por el flanco izquierdo, la Sacerdotisa de Hukuno y sus novicias "Plegarias". En el trono, lord Condrid, ataviado con la capa aterciopelada y portador del cetro real, se colocó de pie y a viva voz dio inicio al juicio.

Se dejó entrar como audiencia cien ciudadanos representantes del pueblo llano, veinte cortesanos de Freidham y cinco lugartenientes provenientes de los feudos del Oeste, del Este, del Sur y dos del Norte.

Un bullicio general se propagó entre los asistentes cuando entró en la sala el acusado. Roman tenía el espíritu quebrado, llevaba tres semanas bajo la tiniebla casi absoluta de la prisión, el rostro pálido, la mirada lóbrega, sus finas vestiduras manchadas del vaho pestilente y oscuro del calabozo, mescla de orín, podredumbre y fango putrefacto. Su aspecto era famélico, es probable que además de la ración limitada de alimentos recibidos, los vómitos provocados por el nauseabundo ambiente no le habían permitido deglutir bocado alguno. Ingresó marchando con pasos temblorosos, empujado siempre por dos guardias a su espalda y guiado por dos más a su delantera.

—Hele frente a su majestad. —El heraldo parado delante del excanciller titubeó y prosiguió—. Ser Roman, Tres Abetos, hijo de lord Condrid, Tres Abetos; su majestad protectora del reino. —Lord Condrid, con la mirada severa observó con inapetencia a su hijo—. Se le acusa de traición, confabulación y autoría intelectual del asesinato al fallecido rey Theodem.

—Roman Tres Abetos. —Se volvió a sentar al trono—. Antes de continuar, tienes la oportunidad de confesar ¿Te declaras culpable de estas acusaciones?

Roman que miraba el suelo bajo sus pies, levantó la cabeza y miró a los ojos a su padre.

—No. —Contestó con fuerza.

En ese momento Jen, se abría paso entre la multitud representante del pueblo llano. Traía el pergamino sellado que había recibido de Lidias, por mano de su esposa: Fausto había logrado su cometido.

El juicio comenzó, los datos entregados por la comisión de Interventores fueron expuestos ante el tribunal.

—Le pagó a la ramera para que cumpliera la fatídica tarea. —expuso el heraldo, desde el pergamino redactado por la comisión—. La infeliz hembra ya ha sido ejecutada.

—¿Qué hay del arma homicida? —Vociferó desde el palco el gran Maestre— ¿Aún no ha sido hallada? —Hubo un instante de silencio, luego desde el palco donde estaba lord Verón, se oyó—: Ha desaparecido.

—¿Desaparecido dicen? —Esta vez se escuchó a la sacerdotisa de Hukuno.

—Presunto hurto y fuga de la dama Lidias. —contestó el alto mando de la Sagrada Orden. Se oyeron comentarios desde la multitud presente, luego agregó—: Ya hemos iniciado su búsqueda oficial.

Lord Condrid tragó saliva y miró de reojo a su hijo encadenado frente a él, quien lo miró con expresión iracunda.

—Esto es una desgracia colosal —expresó un lord de entre los presentes— ¿Entonces la princesa tiene algo que ver en este caso?

—Se le acusa de ocultar información, obstaculizar la investigación y cómplice directo del asesinato. —Una vez más lord Verón clamó desde su palco. En ese momento, Jen ya había llegado a la primera fila entre los asistentes, estaba nervioso, buscaba con los ojos la mirada de su señor, pero este no le encontró.

De oscuridad y fuego -La hija del Norte-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora