Eneon fue el primero en poner un pié al final de la escalinata de caracol y fue seguido por Garamon y Tragoh, quienes espada en mano se acercaron a la puerta entreabierta.
—¿Therenas?¿Lord Condrid? — Eneon anunció su llegada alzando la voz, con dejo de impaciencia—. ¿Todo en Orden?
Empujó la firme puerta con la izquierda, mientras apretaba con nerviosismo la empuñadura. Notó de inmediato que estaba todo muy silencioso y el corazón le palpitó con fuerza, al inyectarse con la adrenalina que le producía aquel dilema: no sabía con que se encontraría del otro lado, pero el penetrante aroma en el aire nada bueno le insinuaba.
Al mirar hacia la sala, la macabra escena sació su incertidumbre y golpeó todo su cuerpo con un escalofrío; el que terminado de recorrerlo, le puso en situación de alerta. Frente a él y el resto del grupo que le seguía, se hallaban esparcidos en el suelo los cuerpos de quien supuso eran sus compañeros. Humeaban y sus rostros se hallaban carbonizados. En el centro de la sala descubrió al instante la figura exhausta de Therenas y uno de los soldados de capa parda, que les salieron al encuentro.
—Therenas —llamó con voz queda, y enfundó su espada para ir a su encuentro— ¿Qué demonios ocurrió aquí?
El paladín pareció titubear un momento, examinó a Eneon de pies a cabeza y le quitó los restos de sangre al filo de su arma con el antebrazo antes de responderle.
—Están muertos —sentenció apoyando la palma de su mano en el hombro de Eneon—. El maldito Bárbaro y lord Condrid están muertos.
Eneon y quienes venían con él, advirtieron en el semidesnudo cuerpo de aquel gigante lleno de tatuajes que yacía tendido a un lado de la sala. En ese instante Lidias irrumpió en la estancia y llevándose una mano a la boca, ahogó un gemido de espanto.
Los cuerpos hedían a carne quemada, la sangre ennegrecida regaba todo el lugar y había extremidades mutiladas esparcidas en el suelo. El solo presenciarlo le provocó a Lidias una espontánea arcada, que contuvo llevándose el dorso de la mano a los labios. Su horror se acrecentó al notar como aquellos cuerpos que estaban enteros, se hallaban retorcidos y en un claro rigor mortis de dolor; habían sido quemados vivos.
A Therenas le sobrevino una expresión de evidente sorpresa al verla, que de no haber estado tan fuera de contexto, quienes le prestaban atención hubiesen acertado en descifrar en su rostro la impresión. Con la tez empalidecida y un ligero tartamudeo en la voz, el paladín lanzó al aire su notable sobresalto:
—No puede ser ¿Qué hace ella aquí? —exhaló, mientras reculaba dos pasos.
—¿Qué? —Eneon, al igual que los presentes se mostraron algo confundidos. Mas el paladín respondió enseguida a su hermano de orden—: Cierto, es sorpresivo entendiendo lo peligroso que se ha tornado esta situación, pero la reina ha decidido venir aquí ya ves, porque... —No supo la respuesta, y es que en verdad la ignoraba.
—Therenas ¿Qué pasó con Condrid y el Libro? —interrumpió Lidias, haciendo garra de su coraje y apretando el estómago para contrarrestar las náuseas—. Lo siento si he de ser tan directa, pero la situación es urgente.
—Lo entendemos mi señora, Therenas acaba de confirmarnos que les han muerto —explicó Eneon, intentando retomar su tono de calma, al notar que su compañero tardaba un instante en resolverse—. Al parecer son los únicos que sobrevivieron ¿Qué fue lo que pasó, hermano? —terminó preguntando al paladín.
—Yo... —argumentó Therenas, deglutiendo y recuperando el tono—-. Intenté protegerlo, todos lo intentamos. Pero esa bruja usó sus artimañas contra la guardia. Luego el fiero ataque del guerrero Bárbaro, acabó con la mayoría; casi me cuesta la vida detenerlo. Pero lord Condrid no tuvo oportunidad, esa mujer le arrebató el libro y lo quemó vivo frente a mis narices y... Perdóneme, mi señora. No, no pude detenerla.
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De oscuridad y fuego -La hija del Norte-
FantasyPRESENTACIÓN: Lidias es la princesa del reino de Farthias, que por causa de una conspiración es inculpada del asesinato a su padre. Para salvar su vida y encontrar la verdad, decide escapar de su hogar en el palacio. Durante el exilio un quie...