La piedra del sello, parte 2 -XXXXI-

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Una cortina de flechas surcó los cielos zumbando como una mortal colmena de avispas. Varias de ellas encontraron el final de su vuelo penetrando la carne del enemigo y las que no, aterrizaron en el níveo suelo o sobre los gruesos escudos de la barbarie.

Nuevos gritos de guerra anunciaron la firme carga de los bárbaros, que corriendo como una demoledora unidad avanzaron haciendo vibrar el suelo bajo sus pies. Sobre las altas murallas del fuerte, la segunda fila de arqueros apuntó y destensó. Una nueva lluvia de virotes fue rociada sobre la turba de salvajes, que incesante y rabiosa arrollaba todo a su paso para acercarse al portón.

Los robustos escudos de madera acribillados de flechas, fueron exhibidos con afán provocador por la furiosa amenaza, quien ahora apostada bajo la enorme puerta de acceso oriente, se disponía a derribarla con el pesado ariete que decenas de bárbaros impulsaban y hacían chocar contra el macizo de hierro. Las flechas de los hombres, no eran suficientes para menguar la fuerza de batalla de los salvajes, quienes a cubierto bajo una armazón de cuero curtido, madera y huesos de Nordren, para nada eran un blanco fácil.

Desde la altura los paladines montados en grifos, ayudados por Lidias y Lenansrha, habían logrado desarmar los letales trabucos que incesantes azotaban los muros con enormes rocas. Ahora era tiempo ya de regresar a la relativa seguridad que prestaba el fuerte y apoyar a los hombres en su defensa desde dentro.

La mortal precisión con que cada una de las flechas disparadas por Lenansrha daba en el blanco, a esas alturas ya había logrado mermar en treinta cabezas de la incontable legión. Mas intentar frenar el ariete se veía cosa imposible, hasta que una de sus flechas dio a los pies de la puerta. Enseguida brotó de ella una enorme planta que empujó con su grueso tallo el avance del grupo de bárbaros bajo el ariete.

—¿Cuánto tiempo durará eso allí? —preguntó Lidias , mientras volvía a hacer virar al grifo en el aire.

—Me temo que no lo suficiente —explicó Lenansrha, tiempo que seguía disparando sus flechas—. Tienes que volver Lidias, el fuerte no resistirá.

—No voy a abandonar a mi gente —aseguró mientras alzaba la espada y hacía señas a los paladines en la distancia—. Quizá podamos resistir.

—Tienes que llevarte la piedra, si no lo haces el desenlace de esto será mucho peor.

—Entonces llévatela, vete y avisa a Roman —pidió Lidias, observando como el grupo de paladines caía en picada sobre un montón de bárbaros dentro de la turba y volvían a ascender esquivando las lanzas y virotes.

—Se la di a Fausto para que huyera contigo. —Lenanshra destensó su arco y atravesó el ojo de un bárbaro, que intentaba trepar el muro sobre una de las escaleras que ya estaban lanzado sobre él. La flecha luego estalló en llamas y quemó también la escalera.

—Te llevaré con él entonces y así podrás llevártelo lejos de aquí.

El grifo sobrevoló el adarve y descendió hasta quedar sobre las almenas. Lidias dio un salto y cayó de pie sobre el suelo, lo mismo hizo Lenanshra quien la seguía. En ese momento el fuerte era un caos, varias escaleras habían conseguido asirse a las almenas del muro y los sanguinarios bárbaros escalaban en columna sobre ellas. Algunos ya comenzaban a asomar y blandir contra los capa parda que intentaban defender el muro.

De oscuridad y fuego -La hija del Norte-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora