Bajo las entrañas de Freidham -XXVI-

326 24 17
                                    

"Habían preparado aquel rescate con cierta anticipación y el favor de Roman paladín del reino, les brindaba cierta ventaja. Dereva y Tragoh, con el anciano sumo sacerdote a cuestas, corrieron por entre el callejón cubierto de la blanquecina niebla de la mañana. La guardia ya no les seguía, perdiéndose en el distrito de los sacerdotes los caminos se volvían un verdadero laberinto de escalinatas, callejones sin salida y puertas que llevaban a las dependencias del templo de Himea. Quien no frecuentaba aquel sector, con facilidad se perdía: y los Capa Plateada no lo conocían para nada —¿Que haría un castrense en un lugar de paz como aquel, dónde no se cometían delitos de ninguna índole?—, como fuera tampoco estarían seguros hasta encontrar la salida que buscaban.

Una vez en las cloacas de la ciudad podrían descansar, nadie iba a perseguirlos allí, pues todos los accesos estaban resguardados, excepto aquellos que protegían sus nuevos aliaos en la causa, los paladines del reino. Llegar hasta la basílica de los paladines sería sencillo, solo tenían que atravesar el templo de Hukuno, cercano a solo cien varas desde donde estaban.

La flecha salió de la nada, ninguno de los tres pudo antelar que pasaría. Del pecho de Dereva sobresalía el astil de madera que se encarnaba profundo en su cuerpo.

—Nos han alcanzado, los malditos nos alcanzaron —masculló Tragoh, volteándose hacia su hermana en la fe—. Vamos, podemos salir de esto.

—No, huye les daré tiempo. —La joven Interventor dio media vuelta y arremetió con una bola de energía a grupo de ballesteros que advirtió sobre el tejado del templo.

Tragoh con Grenîon sobre los hombros se cubrió bajo la lucarna en la puerta del templo, intentó liberar una de sus manos que afirmaban al semiconsciente anciano y así poder ayudar a su compañera, sin embargo, solo logró ser testigo de la saeta que terminó de acabarla, traspasándole el cuello de lado a lado. "

También en la capital del reino, Lidias y los forajidos Capa Púrpura, se hallaban en el inmueble abandonado que les había servido como refugio esa mañana, colindaba con un acantilado en el oriente de la capital. Desde una pequeña ventanita se colaba la luz y se podía ver la bastedad de la nación en el horizonte. Lidias volteó la mirada hacia la ventana y arrugó los ojos.

No sabía que decir, ni que hacer en aquel momento ante Roman. La llegada del paladín la había tomado por sorpresa, una más para aquella mañana tan cargada de ellas.

—¿Qué ocurre Lidias? —le preguntó al fin, al tiempo que no dejaba de sujetarle la mano.

En ese momento, la princesa se zafó del paladín y dando un paso atrás respondió:

—¿Qué? —Meneó la cabeza—. Acaso no te das cuenta como están las cosas.

—No me refiero a la situación —se apuró en objetar—. ¿Nosotros?

—Nosotros ¿qué? —resolvió responder desentendida.

—Todavía soy tu prometido, no lo has olvidado ¿Verdad? —inquirió tanteando una respuesta en sus ojos, pero que, sin embargo, rehuía del todo mirar—. Yo no lo he hecho...

—No. —le interrumpió a secas. Y los ojos de Roman se turbaron un momento, no obstante, agregó—: no lo he olvidado.

El paladín recuperó el semblante y se acercó para coger otra vez la mano de la princesa, pero Lidias se alejó dos pasos más y desvió la conversación.

De oscuridad y fuego -La hija del Norte-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora