Estaba exhausto, la respiración pesada y el dolor punzante bajo sus costillas era señal de que ya no podía más. Miró a sus hombres hacia atrás, y descubrió en la expresión de sus rostros la extenuación que también les podía. Se volvió una vez más al frente, contemplando el páramo de hierbas ralas y fangoso suelo cubierto de cadáveres; entonces comprendió que era momento de detenerse. Incluso le pareció volver a oír las palabras que le había gritado Ledthrin antes de entregarse al frenesí de la persecución. "Se retiran, Isildon. No vale la pena perseguirlos, es momento de replegarnos", y a las que una vez más no había hecho caso.
—Estamos cansamos, señor —fue la exhalación general, que recibió de parte de sus hombres al mirarlos.
—Es momento de regresar —contestó Isildon, recuperando el aliento y restregándose con el antebrazo la sangre y sudor mezclados en su frente—. Se han escapado solo unos cuantos, volvamos al campamento.
En lontananza todavía podía verse las siluetas de los salvajes corriendo hacia las colinas, intentar darles alcance era desperdiciar fuerzas innecesarias, a todas luces el enemigo estaba huyendo derrotado. Dieron media vuelta y con el paso más cansado, regresaron al campamento a ya varias horas de distancia.
El descampado del bosque en que se emplazaba el reducto, albergaba en aquel momento a un centenar de hombres. Más de la mitad estaba herido de diversa gravedad, sin embargo, los ánimos de celebración tenían un doble propósito: levantar los ánimos después de la batalla y reponer la moral de las tropas, que en algún momento había decaído.
Ledthrin recorría el campamento en silencio, todavía no regresaba a su tienda y se quitaba la sangrienta pechera con que cubría su cuerpo. El plateado antes brillante y bruñido que le envestía de centurión, deslucía opaco y manchado tanto por la triste luz del atardecer como por el barro y la sangre depositados en él, luego de la batalla. Llevaba el semblante en una expresión ensimismada y la mirada oscurecida, a pesar de que la victoria en gran medida era meritoria de él. Por más irónico que pareciera y aunque todos los hombres reconocían que era así, Ledthrin era el que menos dispuesto se mostraba a celebrar por su merecida hazaña.
Se acercó a una de las fogatas encendidas y extendió ambas manos con afán de calentarse; estaba cayendo la helada de la tarde y el viento sur que soplaba con fuerza, anunciaba una noche despejada y fría. Oyó a lo lejos risotadas de los soldados y llamó su atención un gutural sonido de tono más femenino, se decidió entonces acercarse y comprobar lo que su juicio ya le había evidenciado.
—Hombres ¿qué demonios hacéis con estas mujeres? —llamó la atención de un grupo de soldados, que rodeaban a una hembra Bárbaro maniatada y semidesnuda.
—¡Señor! —Se cuadraron los hombres—. Íbamos a comenzar a celebrar.
—Centurión Aldeon nos dijo que podíamos repartirnos a estas furcias —explicó uno de los soldados—. Pero si usted quiere tomar a alguna primero, o a todas ellas estará bien.
—No, no tomaré a ninguna de ellas —sentenció Ledt con voz áspera—. Y ninguno de ustedes lo hará.
—¿Cómo? —preguntó uno de los soldados, frunciendo el ceño con exageración.
—Humillar así al enemigo no es conducta apropiada para soldados imperiales —dictó con seriedad.
—Pero es nuestro derecho, señor —alegaron en grupo—. Estas hembras no son más que animales y son nuestro botín de batalla.
—Los Bárbaros violan, saquean y toman por esclavos a los nuestros; si demostráis ser distintos a ellos, quizá logre ver la diferencia —aclaró Ledthrin y miró a las Cazadoras atadas de pies y manos en jaulas de madera—. Denme una antorcha, posiblemente esté salvándoles la virilidad después de todo.
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De oscuridad y fuego -La hija del Norte-
FantasyPRESENTACIÓN: Lidias es la princesa del reino de Farthias, que por causa de una conspiración es inculpada del asesinato a su padre. Para salvar su vida y encontrar la verdad, decide escapar de su hogar en el palacio. Durante el exilio un quie...