Somos hermanos -XXXII.

266 23 24
                                    

Fue difícil escapar, más aun cuando en su huida tuvo que cargarse la vida de cinco soldados. No tenía tiempo para sentirlos, ni para detenerse a pensar en que estaba rompiendo su juramento, mas guiado por los mismos principios de éste, sabía que tenía que advertir a sus compañeros.

Llegó jadeando hasta el nido de los riscos, que a esas horas de la noche debía estar tan oscuro como una cripta. No tuvo que encender las antorchas al ingresar, alguien ya había venido antes que él y lo había hecho. En efecto, seis soldados más lo estaban esperando con las armas desenvainadas. Sin dudarlo, se abalanzó contra los hombres que le impedían el paso y se batió espada en mano en una contienda mortal.

O bien la suerte, o las bendiciones de todos los dioses estaban de su parte, pero lo cierto es que salvó con un corte menor. Por fin se montó sobre su grifo y voló con dirección al Este, solo entonces y sintiendo el viento en su cara, se permitió lamentar a sus doce compañeros caídos aquella noche.

***

Ya estaban situados apostadores, espectadores y los contendientes en el campo de tiro. Así que Bandor, el soldado de Thriminglon que dirigía el asunto, se posicionó delante de Lenanshra y Fausto.

—Partiremos con lo simple —anunció Bandor—. La noche está fría y habrá que calentar los dedos ¿no?

—Por mí da igual —alardeó Fausto—. Pero quizá las damas lo necesiten, yo no me opondré na'...

Lenansrha con la rapidez de un aleteo, destensó su arco y el silbido del virote cortando el gélido aire cobró la atención de todos los asistentes. Una vez se escuchó el sordo ruido de la flecha clavándose en la madera, todos se voltearon en la dirección a éste.

—¿Pero qué? —se oyó a Bandor

Uno de los soldados emprendió carrera hacia la oscuridad, donde apenas alumbraban las tenues antorchas. Dejó atrás varias dianas que estaban a media distancia, luego se detuvo a un estadio y medio desde donde se hallaba la elfo y los demás. Caminó con algo de incredulidad hasta la última diana, desde donde incluso a esa corta distancia podía con dificultad ver el punto rojo que marcaba el centro, y justo allí clavada de lleno estaba la flecha.

—¡Está en el centro! —Gritó para hacerse oír por los demás a la distancia—. ¡Ha dado justo en medio!

Antes de que los asombrados espectadores lograsen decir algo, el cazador levantó su arco y puso una flecha en posición. Tensó y estiró tanto como pudo, inhaló e intentó no tambalearse pero sentía como todo le daba vueltas. Intentó una vez más hasta que por increíble que parezca se sintió seguro de un buen tiro, y sin pensarlo soltó el tendón disparando la flecha a toda velocidad.

—¡Hey! —gritó el soldado que todavía no regresaba de lugar objetivo—. ¡Pudiste esperar a que me pusiera a cubierto!

El soldado meneó la cabeza y reculó tras sus pasos para volver a ver, esta vez el resultado de Fausto.

—¡Me jodan los dioses! —exclamó atónito—. O éste está bañado en las aguas de Fortuna o mis ojos me engañan como nunca. ¡Ha dado en rojo!

De oscuridad y fuego -La hija del Norte-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora