Temblores en lo Profundo -VII-

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Las nubes del sur pregonaban una tormenta y el astro luminoso flanqueaba el avanzar del grupo con rojizas tonalidades, augurando su pronta retirada. Las estepas estaban quedando atrás y el olor del bosque impregnaba la brisa helada que empapaba a esas alturas las narices. El sendero cubierto de hojarasca de robles y abedules daba la bienvenida a los viajeros: entraban a los dominios de Thirminlgon.

—Así que..., —Fausto hizo una pausa esperando tener la atención de sus compañeros—. Viajamos a su antigua casa de estudios ¿no, mi señora?

—¡Himea se apiade de tu alama! —exclamó la princesa dejando escapar al aire un suspiro— ¿Tardaste toda la jornada en enterarte?

—Como a mí no me dices nada —resopló—, tengo que deducirlo todo. Además yo lo decía porque ya casi anochece y aun a este paso queda un día de camino o más y el cielo no pinta nada bien.

—Ya buscaremos algún sitio propicio para descansar. —Ni siquiera lo miró—. Por ahora cuanto más lejos estemos del alcance de los Sagrada Orden, mejor.

—Eso me tiene intrigado —interrumpió Ledthrin, que venía más atrás escoltándolos— ¿Por qué te buscan esos tipos? Está claro que no es sólo porque me ocultabais la otra noche.

—Escapé del palacio hace cuatro días —hizo una vaga pausa y luego continuó, tornándose más austero que de costumbre el tono de su voz—. Dentro de tres semanas se me acusará de asesinar a mi propio padre

El guerrero tragó saliva, Fausto se inclinó en su montura, para oír mejor, Lidias los miró de soslayo y suspiró.

—Acusaron a mí prometido y piensan inculparme también. Por supuesto que son embustes, conozco lo suficiente a Roman y sé que amaba a padre como si fuere de él un hijo —explicó ella sin prisa y agregó—: Pero allí está ahora, encerrado en la prisión del palacio. En cuanto inicien el juicio en un par de días, presentarán cargos en mi contra, es por eso que escapé.

—¿Por qué? —Ledthrin la miraba con suma intriga— ¿Así, sin pruebas?

—La justicia aquí en Farthias es impartida por el consejo real. —Llevó su mirada hacia sol, que se escondía tras las montañas—. Pero las pruebas son presentadas sin objeción por un grupo selecto de agentes de la corona, llamados Interventores, son los ojos del reino, perfectos, lo más inexpugnable: declarado así por mandato real y divino.

—¡Ah! —exclamó Fausto—. Consagrados, eso lo explica todo.

—Así es, llevan la Capa Púrpura. —La mirada de Lidias permanecía fija en el atardecer, mientras el trote del palafrén seguía el ritmo que traían hace horas—. Sin embargo, los interventores tienen el Don, manejan la Conexión con el fin de establecer el orden y es por eso que son intocables, su palabra vale más que el oro y solo está por debajo de la del rey en casos muy particulares, porque jamás se equivocan o al menos se encargan de que eso nunca se sepa.

—No estoy entendiendo nada, de nada —se quejó Fausto, mientras apuraba la montura para acercarse a la princesa— ¿Por qué te culparían si se supone que no se equivocan?

—Es lo que me intento saber —se dirigió al escudero—. Antes de decidir escapar, escuché por accidente al líder de los interventores planear mi ejecución. Lo harán inventando una supuesta implicación en el asesinato y la prueba fehaciente es el puñal que tiene el engarce. Los interventores habían apurado el caso, como se trataba del rey. Así que primero acusaron a una prostituta, luego a Roman, el hombre con quien debía casarme; no se rebajarían a aceptar una equivocación ante el tribunal.

—Entonces quieres encontrar al portador de aquel "engarce" en el puñal —dedujo Ledthrin—, porque solo éste puede ser el asesino ¿no?

—Más que eso, quiero vengar a mi padre, liberar al tonto de Roman y ahora también a mí. —Detuvo el paso de forma repentina— ¿Sintieron eso?

De oscuridad y fuego -La hija del Norte-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora