El corazón de Fausto -XXXXII-

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Ravag no perdió el tiempo y tal como si el dolor, y la hemorragia en su mano no existiese cogió otra vez la lanza, que luego con envidiable puntería lanzó y atravesó la nuca del último soldado que huía justo detrás de Garamon. El interventor miro a su espalda, hizo contacto visual por última vez con su hermano de orden Tragoh, le ofreció en su mirada sincera gratitud y con aquel último adiós se volteó continuando la huida.

Un gran pesar amenazaba con partir el corazón de Verón, quien haciendo acopio de su razón evitó voltear en el momento en que una gran explosión a su espalda, anunciaba el último sacrificio que su discípulo hacía para que lograsen escapar. El destello extendió hacia delante las sombras que hacían su cuerpo, el de Garamon y el soldado que acababa de morir más atrás atravesado por la lanza de Ravag. Entonces la voz de Garamon fue quien narró lo que sus sentidos ya le habían bosquejado; Tragoh en su agonía acumuló cuanta energía podía soportar su cuerpo y estalló eliminando consigo a la mitad de los Bárbaros que les pisaban los talones.

Descendieron con premura las escalinatas de piedra que les guiaban hacia el adarve del muro exterior y que tenían que atravesar para bajar hacia las murallas interiores, en dónde el resto de los hombres sobrevivientes corrían a refugiarse.

Hacia abajo, podía verse como algunos bárbaros ya empezaban a abandonar la barbacana y entrar al patio interior que separaba la fortaleza. Garamon observó con horror, como sin ningún esfuerzo barrían con los pocos hombres que les hacían frente allí abajo, en un último arrojo de valentía sopesando la imposibilidad que tenían de salvar vivos. Sin duda aquellas muertes no serían en vano, ya que de algún modo retrasaban en alguna medida el avance enemigo y permitían con ello que el grueso del ejército aliado lograse llegar a salvo al refugio interior. Aunque este pensamiento también atravesaba la cabeza del maestre, sabía con toda certeza que sólo era retrasar lo inevitable.

«Celadora te acoja con un beso en la frente y te guía hasta los aposentos más cercanos a la luz, hermano mío», pensó Garamon, evocando todavía la última imagen de su compañero atravesado en su vientre por dos lanzas. «Vas con ventaja, pero no pasará tiempo para que volvamos a encontrarnos. Si sentiste miedo al morir, me ahorrarás la vergüenza que siento ahora mismo; porque si en mis manos estuviera la esperanza de ser salvado, ten por seguro que no haría otra cosa que salir de aquí en este instante y sobrevivir». Los ojos se le humedecieron y el rostro enrojecido contrastó todavía más con las gotas de sudor que le empaparon la piel; en su fuero interno estaba aterrado. Ahora mismo sentía envidia de Fausto, quien acobardado en su momento no fue un aporte contra el primer envite de los Bárbaros al interceptarlos sobre la atalaya, mas lo que ahora le dolía de verdad era que fue el único capaz de volver atrás aun cuando Tragoh estaba ya perdido y les ofrecía una salida.

—¡Allí! —señaló Verón—. La reina, va corriendo junto al paladín Eneon.

—Mi señor, el enemigo ya está dentro, ella no alcanzará la puerta —acotó Garamon, quien no cesaba de mirar hacia abajo el torrente de muerte que se manifestaba en aquellas "bestia-hombres" —, tampoco lo haremos nosotros ¿verdad?

—Ella lo logrará salir de aquí con vida Garamon, así tenga que cargarla yo mismo en mis viejos hombros —aseguró a viva voz el maestre—. Sobre ella reside el destino del reino, el mismo al que un día le fallamos. —Se volteó a mirar al Interventor—. Haremos que el sacrificio de Tragoh también valga.

De oscuridad y fuego -La hija del Norte-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora