El Libro de Liliaht -XIII-

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Se despertó en medio de la madrugada empapado de frío sudor. La luna asomaba por el ventanal a través de las finas cortinas apenas entrecerradas. Era muy maniático, se aseguraba cada noche él mismo de dejarlas así, y no podía dormirse si quedaban fuera de lugar, mucho menos cuando la luz de la alborada se colaba entremedio y lo desvelaba en las mañanas. Respiró agitado y reparó en las sombras de la habitación, como cerciorándose de que todo estuviese en perfecto orden. Y lo estaba.

Un miedo insólito le viciaba el intelecto y lo estaba volviendo susceptible a visiones paranoicas y susurros al aire «Todo está bien». Cogió un jarro con agua del velador y llenó un vaso de cristal con ella «Solo ha sido un sueño, un estúpido sueño», se tranquilizó a sí mismo secándose las gotas de sudor de la frente con las mangas de la camisola, luego terminó de beber el agua.

Había pasado un día completo encerrado en la alcoba, examinando el libro. Lo observaba, pasaba sus dedos por la gruesa envoltura de la portada, sin conseguir nada. No podía abrirlo. El refulgente sello dorado en el anverso parecía burlarse de él, cada vez que lo contemplaba intentando descifrar alguna artimaña, un símbolo pasado por alto la vez anterior. Pero era en vano. Lo venía observando tantas veces que ya no recordaba cuantas, se sabía de memoria los relieves, las divisas y ribetes que le adornaban (y no eran pocos), exactamente doscientas cuarenta figuras distintas conformaban la imagen en forma de moneda, que ocupaba casi la totalidad de las dimensiones de la portada. Era un ejemplar singular, tenía una tira de cuero desde la cual guindaba una hebilla metálica dorada, no tenía ningún tipo de ojal, ni mecanismo que pretendiera hacer de cerradura en la cual encajar alguna llave, sin embargo, estaba sellado e imposible de abrir.

Buscó varias maneras de abrirlo usando la fuerza, ejerciendo presión y haciendo palanca. Pero el broche no cedía, una fuerza invisible a sus ojos lo mantenía cerrado. Bien le había dicho Anetth: "El libro no se abrirá, a menos que alguien afloje el complicado nudo que los altos hechiceros han puesto en él". «Maldita prodigio, si estuviera aquí la habría obligado a ayudarme», pensó entonces.

Condrid había nacido con el Don, su anómala pituitaria le otorgaba este sexto sentido, pero lo había aprendido a ocultar y es por eso que jamás asistió a la Torre Blanca para perfeccionarse. Sin embargo, de un modo totalmente autodidacta había logrado proezas interesantes usando la Conexión.

«Anetth tiene razón, tengo que aprender a abrirlo usando la Conexión. Tengo que desmarañar esos nudos, después de todo el poder que reside en él, no podré dominarlo si ni siquiera soy capaz de abrir un sello aplicado por hechiceros de segunda», desde entonces se concentró en madurar sus habilidades.

Los sueños con Lidias se estaban volviendo repetitivos. ¿Será posible que continúe con vida? Una parte muy dentro de la mente de Condrid sostenía aquella idea, la abarajaba y volvía a refutar. Sin embargo, cada vez que aquel pensamiento emergía, una sensación ajena y extrañamente placentera impregnaba su ser: algo similar a la esperanza. Por supuesto que dicha impresión solo duraba lo que un pestañeo, para luego ser remplazada por la ira y el rencor.

Sí, sentía un profundo rencor por Lidias, alimentado por el despecho hacia Vian y un desmesurado odio a Theodem. «¿Por qué lo elegiste a él, antes que a mí? ¿Por qué? Si eras mía, lo dijiste tantas veces» Se levantó de la cama y contempló la fría noche desde la ventana. «Pudiste hacerme tu rey, habríamos gobernado juntos y todavía vivirías junto a mí. Mira lo que me has hecho, en lo que me has convertido. Ya te he asesinado dos veces, e incontables veces más en sueños. Sí, nuestra hija bastarda Lidias, idéntica a ti, me apuñalaba el corazón cada vez que la tenía enfrente y te veía en sus malditos bellos ojos.» La mirada de Condrid se irritó, se llevó una mano hasta la frente y comenzó a llorar. Al principio solo un par de lágrimas resbalaron por su nariz, luego un torrente acompañado de angustiosos gimoteos le empapó el rostro.

De oscuridad y fuego -La hija del Norte-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora