La confesión de un traidor -XXVII-

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La copiosa lluvia reventaba contra su cara de manera implacable y el viento del norte, amenazaba con tirarlo en cualquier momento risco abajo. Jen estaba decidido a cumplir con la petición de su señor, después de todo de él dependía que los forajidos lograsen escapar de Freidham.

El escudero había partido esa misma tarde al "Nidal", sito en donde se guarecían treinta bestias aladas, llamadas grifos. En la ciudad se albergaban unos pocos especímenes domesticados de estas criaturas, con el fin de ser usadas como el medio de transporte más rápido, por quienes estaban entrenados para montarlos y volarlos: los paladines del reino. Por años habían sido los únicos privilegiados para usar tan excelsas, caras y exóticas monturas, ni siquiera en su tiempo la curia de Semptus, los sagrada orden, habrían tenido el privilegio.

Jen sabía cómo tratar con los grifos, y también sabia el lugar reservado por secreto en donde los guardaban, el risco del lado norte de la montaña de Frehidam. Allí no estaba construido, y apenas una estrecha huella conectaba el "Nidal" con la urbe que ascendía desde el lado sur de la montaña, con sus murallas y torres de piedra bordeándola, excepto allí donde las rocas eran tan verticales y lisas, que amurallar era en absoluto innecesario: la saliente norte. Más de quinientos pies de altura, aislaban la torre de los grifos del suelo llano. El escudero se apuraba por descender una vez cumplida su primera tarea alistando a las bestias, ahora sólo tenía que llegar al despeñadero y esperar a su señor y al resto de los paladines, para no tener que volver tras sus pasos y despertar sospechas. Las calles de Frehidam, estaban echas un alboroto con la guardia buscando en cada rincón a Grenîon y los restos la frangida orden.

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Llevaban ascendiendo por la galería un largo rato, y el cansancio en el anciano Grenîon era evidente, arrastraba cada vez más las piernas y los accesos de toz estaban siendo continuos —tenían que salir de allí, o el sumo sacerdote no lo resistiría, aunque afuera no les esperara una mejor condición—. El abundante aguacero del exterior, estaba haciéndose notar en el interior de la cueva, bañando el piso con un riachuelo de agua fría y lodo que descendía sin dificultad. Para colmo del grupo, ahora seguir cuesta arriba era más dificultoso, producto de lo fácil que era resbalar al pisar el barro bajo los pies.

—¿Cuánto falta para hallar la salida? —preguntó Lidias al paladín, quien guiaba al grupo.

—En menos de una hora estaremos fuera, ¿Te sientes muy cansada? —preguntó con voz protectora—. Solo aguanta hasta la salida, te sorprenderá lo que tengo preparado para la huida.

—No intentes despertar mi curiosidad ahora, sólo preguntaba por si aún posible que estemos siendo seguidos. —Dio con dificultad el siguiente paso, su bota había sido presa del barro—. Al menos si vienen detrás tendrán las mismas dificultades que nosotros para subir.

—Es de esperar que no nos estén siguiendo —acotó Verón, ayudando a la princesa a no resbalar—. Tragoh asegura que hizo lo posible por entrar aquí sin ser visto, aun cuando estaban siendo perseguidos.

—De no ser por la ayuda de Dereva, no habríamos logrado llegar a la basílica —dijo el Interventor—. Una vez dentro, tomamos buena ventaja de los ballesteros.

De oscuridad y fuego -La hija del Norte-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora