El sueño de Agneth -XII-

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Abrió los ojos y se halló sola. Era una cabaña pequeña, por dentro tanto o más rustica que afuera. El tosco entablando de las paredes y el techo, dejaba pasar la luz del día que penetraba la morada en forma en rayos que hacían brillar las partículas de polvo y telas de araña, que se descolgaban desde las vigas roídas y húmedas. Todavía débil, se enderezó despacio y contempló un momento a su alrededor, oyó las voces de afuera que le parecían familiares, sin embargo, caviló un instante antes de comprender y recordar donde estaba en realidad.

Tocó el piso de tierra húmeda con los pies descalzos y se envolvió el cuerpo con las mantas, al notar que no estaba enteramente vestida. A los pies de la colcha de paja: un jubón de fino lino y una saya, esperaban meticulosamente dispuestos allí por una mano amiga. Lidias sonrió y se llevó la mano al abdomen, constatando con sus dedos y mirada, que en el lugar donde había sido herida tenía sólo una pequeña cicatriz rosada. Se incorporó otra vez cogiendo las prendas y se vistió con ellas, luego calzó sus pies con las botas marrón que había traído puestas la noche en que salvó del incendio y la traición de Anetth.

Afuera, el grupo de elfos estaba sentado alrededor de un asfixiado fuego, sobre el que guindaba una olla llena de caldo. Al ver que la princesa salía de la cabaña arrugando los ojos y cubriéndose de la luz con la mano, se pusieron de pie y uno a uno imitaron una solemne reverencia. De entre el grupo se acercó con prisa Fausto y seguido de él, Jen. Nawey sonrió desde atrás, alzando la mirada y luego bajando la cabeza en saludo.

—Bienvenida de nuevo, Hija del Norte. —La elfo caminó con lentitud a su encuentro—. Veo que el descanso te ha sentado bien.

—¿Cuánto he dormido? —Sus ojos ya se habían acostumbrado a la luz.

—¿Mmm? Algo más de un día y medio. —Fausto la contempló un momento y luego agregó—: Nos tuviste muy preocupados.

—¿Qué hace él aquí? —Lidias miró a Jen, que la saludaba en ese momento.

—También me da gusto verla, señorita. —Agachó la cabeza.

—Lo siento Jen, pretendí decir..., —Se tocó las sienes con los dedos— ¿Por qué? —Miró a Fausto y su rostro se tensó en una mueca de horror—. Lo entregaste a tiempo ¿no? —Se volvió otra vez a Jen—. Está..., está vivo ¿verdad?

—Sí, mi señora, el señor Tres Abetos está bien —le contó con tranquilidad—. Vengo en su nombre.

—Es bueno saberlo. —Su gesto se volvió neutro. Luego cobrando seriedad consultó—: ¿Para qué te envió?

—Tu novio quiere encontrarte —se entrometió Fausto—. Me negué a que él viniera, pero no pude sacarme a éste.

—Ya, ya. —Le indicó con la mano que guardara silencio—. Tendrás que marcharte, lo lamento. No quiero ver a Roman y tampoco puedo permitir que sepa dónde estoy. De hecho, ahora mismo, ni yo lo sé.

—Estamos en el Bosque Verde, de Thirminlgon —indicó Fausto—. Este solía ser mi hogar hace dos años.

—¿Cómo me encontraste?

—La fortuna está de vuestra parte princesa —dijo el cazador—. Tomaste a mi penco y él te trajo hasta aquí. Te hallamos inconsciente sobre su lomo.

—Gracias Fausto. —Frunció algo los labios—. No pude desear mejor escudero que tú..., has sido muy leal.

Fausto sonrió con modestia, enseguida tambaleando la cabeza añadió:

—Yo preferiría: amigo. —Sonrió mirándola a la cara.

Pese a que estaba muy pálida, Lidias pareció ruborizarse con el comentario de Fausto. Como respuesta solo le devolvió una sonrisa neutra y desvió la mirada.

De oscuridad y fuego -La hija del Norte-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora