Gratos Rencuentros -XVIII-

372 32 24
                                    

            Caída la noche en casa de lord Thereon, continuaba su curso una acogedora tertulia que se había gestado ya desde la tarde. Tanto Lidias como Fausto, compartían de buena gana una amable conversación con sus anfitriones los elfos del Este, como se hacían llamar los habitantes de Asherdion.

Había música, música feliz y armónica, dulce: como el beso de una madre. Parecía como si cada nota flotara en el aire pintando alegres colores. Por momentos Lidias olvidaba todo aquello que la había traído hasta allí, lo mismo que Fausto; quien reía y parloteaba de buena gana, celoso y maravillado a partes iguales de aquel lugar de ensueño.

Cada estancia del hogar se hallaba iluminada con delicia sin igual, sutiles lucecillas titilaban en blanco y dorado en rededor. A Fausto le había parecido cual, si hubiesen cogido las estrellas del firmamento para guindarlas sobre los tejados y pilares del Asherdion nocturno. Inspiró con profusión el aroma de la hierba de afuera, mientras se dejaba envolver por la melodía circundante del harpa y la flauta, de los músicos de dentro.

«Por favor tomen lo que necesiten, son invitados de honor en mi hogar», Quedó en el aire la voz de lord Thereon, dirigiéndose a sus invitados y dicho aquello cruzó el arco que separaba el salón en el que celebraban la tertulia y desapareció a lo largo del pasillo.

—Son en verdad muy amables de acogernos aquí, les estaré por siempre agradecida —se dirigió Lidias a la compañía de elfos—. Farthias no ha sido todo lo gentiles con ustedes, como han sido hasta ahora todos ustedes, espero de verdad algún día poder afianzar estos lazos entre mi pueblo y el suyo.

—Esperamos en tus buenos deseos. —respondió Leonel, con una sonrisa amable—. Nosotros estamos honrados de servirte hija del norte. No hay rencor alguno ni en el corazón de nuestro señor, el mío o alguno de mis hermanos aquí presentes.

—Otra vez no me queda más que agradecer vuestra hospitalidad y nobleza.

La reunión prosiguió por alrededor de una hora más, hasta que Leonel y el grupo de músicos se retiraron dejando a la princesa y su escudero en aquella iluminada sala.

Se habían quedado a sola ya, dispuestos a marcharse a sus respectivas alcobas cuando de pronto el cazador se puso de pie y en lugar de ir a su habitación, avanzó hasta uno de los ventanales que daban a la terraza. Afuera se oían los grillos y se respiraba el aroma del césped húmedo, también algunas luciérnagas habían comenzado a aparecer y danzaban por sobre el fresno. Un azulado manto de claro de luna, alumbraba la glorieta blanquecina rodeada de flores.

—No termino de convencerme que fuera ella la traidora —dijo Fausto, volteándose hacia Lidias, que permanecía sentada— ¿Quién lo hubiera augura'o, detrás de esa sonrisa tan..., agraciada?

—¡Fausto! ¿impresión mía o... —Lidias hizo una pausa y bebió un sorbo de la copa que retozaba en su mano, luego señalándolo con el dedo continuó—: ...te gustaba Anetth?, Fausto Dellaver. Date la vuelta y dime que no es cierto.

—No, claro que no —respondió frunciendo el ceño y desentendiéndose—. No era mi tipo ¿Por quién me tomas?

—Por un pícaro que se dejó embelesar por una embustera profesional —Lidias sonrió al mirarlo a la cara— Admite que lo hizo, Fausto. No puedo creérmelo.

—No fui el único que le creyó, si así no fuera nada de esto hubiera pasado —respondió con una seriedad anormal en él.

—Olvídalo, llevas razón: ella nos engañó a ambos. —Se puso en pie y terminó de beber despacio—. Pero Anetth solo es un juguete, un peón de la partida. Condrid es el verdadero autor de esta crueldad, la siniestra mano detrás de los hilos. Hay que abatirlo antes de que sea tarde.

De oscuridad y fuego -La hija del Norte-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora