C A P I T U L O 2

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Sin pensar. 

Los rayos del sol me incomodan. Tengo una extraña sensación en la boca y, a pesar de que no me he levantado, ya siento como mi cabeza da vueltas. Trato de cambiarme de posición, pero nada funciona, hay luz por todas partes y sencillamente me rehúso a abrir los ojos. Hay una competencia segura entre mi humor y mi hambre; quieren saber cuál está peor. No sé cuánto tiempo he pospuesto el tener que levantarme, pero llegó el momento de hacerlo.

Apoyo mi codo en el mueble de los sillones de la parte trasera del vehículo, esto me permite levantarme sin tener que ejercer mucha fuerza sobre mi cuello; pero, de todas formas, ya hay dolor en él.

Cuando logro estar sentada enderezo mi espalda y, luego de un ataque de valentía, abro los ojos.

Era el auto de mi hermano, eso era seguro, pero no reconocía en qué lugar estaba estacionado y tampoco sabía dónde estaba Austin, que era la persona que lo había estado manejando.

Mi mente empieza a tener pequeños recuerdos de lo que había sucedido; el grupo, la marihuana, Sally, la discusión con Austin y el vómito con el que había cerrado la noche; lo último hizo que el sabor amargo en mi boca se acentuara, a la vez que el hambre intensa me abarcaba.

A pesar que ya el otoño se sentía, la mañana estaba muy soleada, lo que hizo que deseara quitarme el hoddie de Austin que traía puesto. Luego de hacerlo, até mi cabello con una liga que encontré en los bolsillos traseros de mi jean y me apresuré a salir de vehículo en busca de la persona que me había raptado la noche anterior.

Cuando lo hice, estiré mis piernas y di un gran bostezo. Empecé a buscar con la mirada una tienda, restaurante o en cualquier establecimiento en el que pudiera estar el amigo de mi hermano; pero a los pocos segundos me di cuenta que esto no serviría de nada; el chico no estaba por allí.

Mi mente me incitaba a buscarlo, caminar por las calles o preguntar por él; pero mi cuerpo declinaba esa opción. El hambre me hizo sentir profundas punzadas en mi abdomen, que me inmovilizaron y me hicieron tomar tiempo para respirar, o de seguro acabaría vomitando nuevamente.

Me senté en el césped que había en el andén sobre el cual estaba estacionado el auto. Había bastante sol, pero la puerta abierta del auto me proporcionaba suficiente sombra para permanecer allí durante un largo rato.

Mis nauseas no se calmaban, dinero no tenía, y caminar con los mareos que se apoderaban de mi cuerpo no era una buena idea. Mis ojos se mantenían fijos en mis pies, mientras le rogaba a mi cuerpo no soltar el vómito que se acomodaba en mi garganta.

«¿Qué hubiese pasado anoche si Austin no hubiese llegado? ¿En que estabas pensando Madison?»

Estaba a punto de darme golpes de pecho que no cambiarían nada, cuando escuché un pequeño sonido que provenía del sujeto que estaba detrás de la puerta abierta del auto.

Inicialmente no pude ver bien su rostro, pues la luz del sol no me permitía enfocarme en él.

- Buenos días. - Su tono fue secó y muy cortante, aunque no me esperaba menos después de lo ocurrido anoche. Seguía sin entender por qué había querido ir a buscarme. Tal vez se lo agradecería, de no ser por el hecho de que él no tenía por qué brindarme una ayuda no pedida.

Su relación siempre había sido con mi hermano. Estudiaron juntos desde la primaria, siempre fueron mejores amigos y se habían apoyado incondicionalmente. Incluso, cuando a Austin le dieron una beca deportiva en la universidad de Berkeley y este tuvo que irse seis meses antes de acabar el año escolar, Matt fijó su mente en que él también tendría que ir a estudiar allí con su mejor amigo seis meses después; y a pesar de que sus calificaciones no eran tan buenas como las de Austin, lo logró y desde hace un año está viviendo su sueño con su casi hermano.

A donde sea, pero si estás túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora