C A P I T U L O 22

3.6K 222 93
                                    

Escuchen la canción (luego de leer), por favor, por favorcito. Att: La Administración. <3

En ti.

Pasé por el lado de Austin cuando iba de camino a la recepción. Supuse que allí me buscarían para entregarme las píldoras.

Su mandíbula permanecía tensa como hace un rato cuando escuchaba a la enfermera hablar. Estaba completamente en blanco.

Me habían forzado a controlar los movimientos frenéticos de mis manos y piernas, pero tal era mi nivel de desespero, que estaba dispuesta a volver a recurrir a aquellas pastillas de las que tanto había intentado alejarme, con tal de aliviar lo que sentía.

Y es que lo que estaba sintiendo era sencillamente desesperante.

Conseguí un vaso con agua y me senté en una esquina, esperando a que alguien apareciera.

No tardé mucho en ver a quien me traía mis píldoras, solo que no era esa la persona a la que esperaba ver.

- ¡Maddy! – gritó mi padre cuando nuestras miradas se conectaron.

- Papi... - me dirigí a sus brazos de inmediato.

- ¿Q-qué pasó? Tu abuela me mando por unas pastillas, pero no entiendo que haces aquí... - habló contra mi cabeza.

Me alejó para revisarme de cabeza a pies, y asegurarse que no tuviese nada, pero se fijó en mis manos más de la cuenta.

- Sentémonos un momento, cariño. Vamos a respirar ¿bien?

- Yo... N-no...

- Claro que sí, Madison – tomó mi rostro entre sus manos y me hizo verlo fijamente a sus ojos cafés -. Ya pasaste por esto, hija. No es la primera vez que sucede algo así, pero no voy a dejar que eches a perder todo este tiempo intentando manejar estos ataques. Vas a hacerlo, ¿entiendes?

Asentí porque confiaba en él.

A pesar de todo, podía confiar más en él que en mi misma en este momento, y eso hizo que algo dentro de mí, un peso, se alivianara.

Era mi papá, y no me iba a dejar caer ahora, así como no me había dejado caer la primera vez que pasé por algo como esto.

Con sus manos cubrió mis oídos y con sus pulgares empezó a acariciar mis cejas intentando relajarme.

- Inhala, exhala. Vamos, hija. Lo estás haciendo bien. – lo oí hablar como si estuviese alejado, pues sus manos impedían que pudiese escuchar muchas cosas de mi alrededor.

La primera vez que me ayudó con un ataque de ansiedad, fue cuando estaba en el colegio. Tenía doce y creemos que fue por estrés. Luego de eso, él empezó a leer mucho sobre el tema y hablaba con mi abuela para aprender sobre lo que me sucedía y como podía ayudarme.

Ni siquiera cuando Margaret estaba bien llegó a ser un apoyo para mí con la ansiedad. Ella decía que era solo estrés, y que se me pasaría. Luego dijo que muy seguramente eran mis cambios hormonales de la adolescencia, pero nunca aceptó mi ansiedad, ni siquiera cuando el psiquiatra me diagnosticó oficialmente.

Me empezaron a medicar cuando cumplí trece. La dosis era bastante baja, y, de hecho, no sentía que las píldoras tuviesen un efecto en mí, no me sentía alterada ni incómodamente relajada.

Me suspendieron la medicación a los quince, pero a los dieciséis, tuvimos que volver con las pastillas, aun en una dosis mínima. Mi vida empezó a volverse más activa, salía constantemente, mi familia iba bien, me iba bien en el instituto, salía con chicos y mis amigas me adoraban. Practiqué voleibol durante un tiempo, y sentí que la ansiedad había quedado atrás. Dejé de tomar las píldoras, porque no creí que fuese necesario. Estaba todo muy bien.

A donde sea, pero si estás túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora