Lobo feroz

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Dijeron que a Caperucita engañó,
que a los Cerditos sus casas les derribó.
Pero eran historias que sólo relataban.
Nada que yo presenciara.

Además, nunca fui la princesa de los cuentos de hadas.
A mí me tachaban de la bruja malvada,
de la ordinaria villana.
Así que jamás me aterraste.
Solía creer que te adjudicaban esas infamias
para mantener lejos a las personas menos hurañas.

Yo también leía leyendas.
No era la ingenua que todos pensaban
y a la desdicha estaba muy acostumbrada.

No recuerdo si aullaste
o si, de manera incauta, hasta mí llegaste.
Estabas afuera de mis murallas
y te observé desde mi ventana más alta.

Me habían advertido que a los animales salvajes
jamás debía dejarlos entrar.
Pero lucías tan adorable
que contigo me quería quedar.

Te marchaste porque la puerta a tiempo no abrí
y la noche y el invierno llegaron hasta ti.
El pasar de los días me brindó interrogaciones
en medio de tu ausencia y muchos sinsabores.
¿Podía abrir el portón sin rechistar
o en tu naturaleza te debía abandonar?

Nos reencontramos la siguiente temporada.
Yo era una niñita llorona que fue abandonada.
Tú eras una bestia salvaje que no podía ser domada.

Entre las cenizas osaste mirarme
y, con o sin intención, me dañaste.
Sin embargo, también lo remediaste.

¡Oh, querido Lobo feroz!
Discúlpame por haber sido atroz.
Perdón por juzgarte
en cuanto vi tus garras,
en lugar de pensar en la suavidad de tu pelaje.

¡Oh, despreciado Lobo feroz!
Perdón por mi opinión precoz.
Te merecías una princesa ingenua,
o alguna presa más fresca.
Lamento que te toparas conmigo
en mi etapa más amarga.

¡Oh, infame Lobo feroz!
Gracias por regresar
y mostrarme el camino
cuando lo creí todo perdido.

¡Oh, querido Lobo feroz!
Ahora sé que sólo buscabas amor.

Cenizas y destellosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora