Nunca me gustó tu café

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Solías tener siempre un vaso caliente.
A veces lo colocabas cerca de mí
y te apresurabas a quitarlo
cuando parecía que iba a derramarlo.

Me mirabas con una sonrisa
a la vez que del recipiente bebías.
Incluso podías saludarme
y, en remotas ocasiones,
hasta café me ofrecías.

Hoy he de confesarte que nunca me gustó tu café,
no es que le faltara azúcar
o que estuviera demasiado caliente.
Simplemente, tu café no era indulgente.
Me reprimía, me controlaba
y siempre me dañaba.

No sé si era por la forma de cosecha
o por la frivolidad con la que fue hecha,
pero tu cálida bebida
sólo marcaba más y más,
la brecha de nuestras vidas.

Nunca me gustó tu café,
pero eso no significa que no lo probé.
Nunca me gustó tu café,
pero por ti estuve dispuesta a beber.

Nunca me gustó tu café,
ni tu manía de beberlo bajo el sol del verano.
Nunca me gustó tu café
ni la forma en que sonreías cuando todo hubo acabado.

Nunca me gustó tu café,
pero siempre te voy a querer.

Cenizas y destellosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora