Las macetas no tienen raíces

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Sentí que era individualista
y demasiado egoísta.
Entonces te atravesaste en mi camino
y pensé que contigo podía recomponer mi destino.

Intenté despejarte el cielo para que volaras de lo más contento,
alejé a las bestias rapaces que pudieran dañarte
y sonreí desde mi sitio inicuo, cuando volaste.

Entonces, tras un largo tiempo de vuelo, regresaste.
Habías dicho tantas palabras, pero hiciste pocas acciones.
Decían que yo era la causante de las complicaciones.
Debo admitirlo, siempre he sido la mala en todas las versiones.

No obstante, pensé que tú podías verme de forma diferente,
que mis actos habían gritado incluso más fuerte que mis susurros.
Pero nada es suficiente para la persona incorrecta.

Hoy mis días transcurren lejos de una vieja secta
de la que una vez fui princesa.
Algunos dicen que les hago falta,
pero las heridas no han sido cerradas.

Mis tardes se mueren en letanía
detrás del cristal en que observo la vida.
No sé qué haces tú porque te dije que avanzaría,
que lo que más deseaba era marcharme
y conmigo no podía llevarte.

Iba a irme y para ello, tenía que soltarte.

No surcaríamos el cielo juntos ni en sueños,
pero yo estaba dispuesta a cuidar tu vuelo.
Yo permanecería en el suelo,
a cambio de que tú alcanzaras todos tus anhelos.

Iba a irme sin voltear atrás,
por eso te tenía que dejar.
Te obsequié mi sinceridad
y a cambio obtuve deslealtad.

He escuchado los rumores.
Sé que son falsos,
pero los han pronunciado en tu nombre.
Entiendo que lo malinterpretaste
y cuando quise buscarte, me apartaste.
Usaste mis palabras contra mí.
Te lo concedo, dije que no te hablaría,
pero luché contra mí y lo intenté.
Dios sabe que lo intenté y lo mucho que lloré.

Iba a irme sin voltear atrás,
por eso te debía alejar.
Porque eras lo único que impediría mi meta.
Porque tú te ibas a quedar y yo deseaba avanzar.

Iba a irme sin voltear atrás,
porque mi mente se había cansado de luchar,
pero tú nunca me pudiste escuchar.
Ignoraste mis advertencias
y cuando te contaba mi verdad, preferías divagar.

Hablabas sobre acciones para apoyar a gente similar a mí,
pero cuando tuviste la oportunidad, la dejaste pasar.
El problema es mío, es inherente a mí y te lo expliqué,
pero supongo que no era tan divertido convivir con él.

Ayer me cuestionaba qué hice mal
y me desvelaba pensando cómo lo podía arreglar.
Hoy pago la deuda que sostengo con la felicidad.
Mañana tengo terapia y deberé canjear la receta,
así me mantendré siempre alerta.

Y, bueno, ya no me importa que me lean.
De todas formas, tú decidiste ignorarme,
así que deja al mundo juzgarme
de la misma manera que dejaste a tus camaradas destrozarme.

Iba a irme sin voltear atrás
porque soy una maceta
y te lo intenté explicar.

Iba a irme sin voltear atrás,
pero tú te negaste a volar.
¿Qué haces cuando un ave no desea el cielo surcar?

Iba a irme sin voltear atrás,
porque yo te regalé la libertad que todos te querían arrebatar.
Sin embargo, tú me encadenaste
y el eslabón comienza a hacerme sangrar.

Iba a irme sin voltear atrás,
pero las raíces que comenzaron a nacer
hoy se han podrido sin más.

Gracias por enseñarme que no debo volver a confiar,
que quien habla demasiado a veces no tiene nada que relatar
y que quien pretende escucharte, sólo de tus lágrimas es juzgante.

Pensé que la planta podría vivir en un glorioso jardín,
pero se me olvidó que no sería el único espécimen allí.
Así que está bien mi sitio individual al fondo del salón,
ahí se estará mejor.

Al final de todo, sólo soy un adorno.
Al culminar todos los sueños rotos
y sumar las lágrimas deletéreas
te percatas de una explicación sencilla y nada certera:
Las macetas no tienen raíces,
pero las personas sí tienen cicatrices.

Gracias por hacerme creer que puedo ser buena
únicamente para que me destrocen sin pena.
Y lo que alguna vez te prometí,
desearía poderlo cumplir,
pero esa chica ahora está muerta.
Así que, por favor, exímeme de las promesas.

Cenizas y destellosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora