(Au/pre) Scencia

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Me han contado que te has cambiado de peinado,
que las personas a tu alrededor han ido variando.
Me han dicho que ya no eres aquel muchacho sonriente
que se acercó a mí una tarde con expresión valiente.
Yo todavía sigo siendo la misma niñita llorona
que se esconde más de diez veces cada hora.
Aún me pierdo cuando doy pasos inseguros por la acera.
Sigo escuchando voces inexistentes en mi cabeza.
La medicina no me ayudó y el aislamiento me condenó.

Tus intentos fueron muchos, pero sin importar tu osadía
al monstruo que me acechaba jamás matarías.
No te culpo. Diste lo mejor de ti.
Fui yo quien lo arruinó y esparció el confeti
en un patio carente de celebración.
¿Recuerdas aquel día bajo el sol?
Las personas nos rodeaban, pero yo me sentí aislada.

Debiste abandonarme en ese instante.
Debí darme la vuelta y ahorrarnos todos los percances.
Dejé el tiempo correr cuando debí detener las manecillas.
Diste un paso adelante y yo debí retroceder,
así no habrías tenido la obligación de besarme en las mejillas.

¿Dónde he estado que de nada me he percatado?
¿Qué realidad he vivido que todo ahora me parece ficticio?
¿En qué momento tomamos un camino bifurcado?
¿Siempre fuimos una narrativa inconexa o sólo éramos un tonto vicio?

Creo que ambos sabemos la respuesta.
Yo soy destructora por naturaleza.
Tú conmigo estabas condenado al olvido.
Te quería a mi lado siempre, no en momentos breves.
Necesitaba tu atención permanente, no algunas miradas leves.
Iba a colocarte en una jaula y admirarte mientras lloraba.

Por eso me fui.
Te quise tanto que renuncié a ti.

Sé que ahora eres exitoso
y que vives momentos maravillosos.
Entiendo que has llegado a la cúspide de aquellos sueños
de los que conmigo habrías tenido que despedirte.
Me alegra verte sonreír de alegría, aunque no podamos compartirla.

Mis conocidos no hacen más que mencionarte
con la esperanza de que salga a buscarte.
Creo que no recuerdan mi gran cobardía,
esa que se incrementa día con día.

¿Me detestas por hablarte con palabras vacías?
¿Por apartar la mirada de ti cada vez que hablabas?
¿Puedes perdonarme por esquivar cada gesto que me brindabas?

Te dejé ir porque sabía que estarías mejor sin mí.

Quise protegerte a sabiendas de que yo era quien más te hería.
Así que me bastó con tu mirada compungida ante mi silencio
para justificar cada acción que aquella mañana realizaría.

Me viste de tal manera que lloré durante horas al llegar a casa.
Te supliqué perdón, pero sólo me miraste en busca de esperanza.
Recuerdo que quisiste detenerme, que intentaste sostenerme.
Pero di un paso atrás
y tú sólo me examinaste buscando una explicación
para algo forjado en un ínfimo hueco de mi obtuso corazón.
Mi idea era sencilla y atroz: Sin mí, tú estarías mejor.

Caminé lejos de ti y te escuché llamarme,
pero me obligué a continuar a pesar de que no hacía más que temblar.
Mi inestabilidad estalló y te llevé conmigo al más aterrador abismo.
Luché y luché por sacarnos de ese agujero.
Sin embargo, todo tiene un precio que se adorna por el cinismo.
La distancia que prolongué y que tú luchaste por evitar,
hoy no hace más que crecer.

Salí avante una vez más,
aunque me habría encantado fracasar.

Finalmente has avanzado en la dirección contraria
y yo me he quedado en la misma ubicación huraña
en la que te dije adiós aquella gélida mañana.
Tantas horas se han diluido desde que separamos nuestros caminos.

Las decisiones que realicé nos tomaron desprevenidos,
pero aprendimos a reconstruirnos.
Sigo escuchando a Bon Jovi y recordándote en cada acorde.
Todavía tarareo nuestro himno de ilusiones.
No te niego que evoco memorias y cuento los pétalos de las flores
mientras escucho los relatos de la vida que te forjaste
y de la que yo no soy parte.

Me han dicho que te casaste y vas a mudarte.
Me alegra que alguien haya llegado a amarte
de la manera en que mereces
y que yo jamás hubiera podido demostrarte.

Cenizas y destellosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora