~/ Hay un mundo ahí fuera \~

121 22 36
                                    

03/04/21


Me despierta, una voz:
hay que tener paciencia
en este marco atemporal
donde sólo siento
la subida de mi pecho
y oigo allá lejanos
quebraderos de cabeza.

Dice la gente que
me echa de menos.
Proseguid sin mí.

Susurros, palabras por la noche,
gritan nombres desde la calle.
Mis compañeros desaparecen
uno a uno, como el polvo.

Y esa estela de luz blanca
que se fuga tras
la habitación 510.
No hay otro objetivo.
No puedo seguirla.

No debiera sentirse tan extraño
estar sólo, si siempre he estado sólo.
Ese aislamiento en mi interior.
El dolor que debiera ser físico y no.

Pienso, miro, fuera de la ventana,
al otro lado de los goteros,
esa inmensidad de cielo,
se repliega sobre sí mismo,
forma nubes negras,
el espeso manto gris,
anochece, la lluvia cae
llevándose las penas y
la sangre de los hombres.

Recuerdo un destello morado
atravesando la ventana.
La luz se precipita sobre
el fondo de las cosas, pero
yo no puedo atraparla.
Las estrellas se ven de lejos,
todas de un mismo color.

La mímesis del tiempo en mi interior
y un fugaz suspiro que se apaga
junto a la luz de la habitación.

Me queda el melocotón almibarado
y cuatro paredes desnudas,
este cuerpo, que ya no me pertenece,
y mil y una imágenes de mariposas
sobre mi cabeza.

El futuro que se presenta plagado
de una corriente negra en mis venas
y el grito de angustia del mártir
cuyo agotamiento es ahora sincero.

Todo se asemeja bagatela
cuando se apaga el cielo
y mañana, y mañana, y mañana,
otra luz; otra luz que se apaga,
que también se repliega
sobre sí misma, el tiempo suficiente
para que forme una sombra
como un velo, sobre
mi rostro cenizo.

Y me apago con ella.

«Todas esas estrellas
que brillan ahí fuera pero,
yo nunca he estado entre ellas».


←   诗  ྀ →

Comentario:

Escribí este poema durante mi estancia en el hospital, un periodo que comprendió algo más de la primera semana de abril de 2021.

Debido a una grave caída quedé inmovilizado en camilla durante días y días. Todo aquel que se me acercaba trataba de infundirme ánimos diciendo que podría haber sido peor; que podría haberme quedado paralítico de por vida o haberme partido las piernas o el cráneo. Sin embargo, hubo días en que deseé que hubiera ocurrido esto último.

Debido a la situación del coronavirus, mi estancia fue muchísimo más solitaria de lo habitual. A pesar del esfuerzo de las enfermeras, no pude evitar sentirme abandonado a mi suerte, sufriendo durante días una inmovilidad y dolor vagamente descriptibles. No podía dormir por las noches. Pasé seis días de ayuno por los que perdí varios kilos. Cuando me fueron a hacer un TAC tras mi operación, sentí tanto dolor que creí ver el cielo. Y mientras, tuve que soportar infinidad de quejas por parte personas que se encontraban bastante mejor que yo.

Pero siempre tuve la sensación de que debía ser estoico. Por mi familia, al menos, y por las ínfimas personas que trataban de ayudarme. No quiero depictar esta situación con colores difusos; fue un trauma y como tal se queda. Hubo un día en que me encontré sobrepasado por la situación, totalmente desmoralizado.

Pensaba con desesperación cómo hacer de esta una situación provechosa, y de inmediato pensé en escribir. Recordé el poema que me leyó mi mejor mi amigo. Había compartido conmigo un pedacito de sí y quise corresponderle, pero cuando me puse a leer mi trabajo me resultó absurdo, carente de valor; como si enviarle algo fuese una ofensa a su inteligencia y la fe que puso en mí. Así que escribí esto.

He aquí una ofensa cargada de cariño, rabia e impotencia.

Lo único que perdura, junto a mis cicatrices, de mi estancia en el hospital.

THE BOY WHO CRIED SHIT © 诗Donde viven las historias. Descúbrelo ahora