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Cinco años antes

La noche estrellada iluminaba las calles de Doncaster, la nieve decoraba las ventanas de las casas precarias de aquel pequeño y escondido pueblo, y la familia Tomlinson caminaba entre las sombras.

Louis, el mayor de los cuatro hermanos, era la mano derecha de su padre.
Él era a quien el viejo Tomlinson le confiaba hasta su vida, no así con sus demás hermanos; los gemelos Ernest y Fionn eran demasiado pequeños para estar metidos en aquel mundo tan sucio y cruel, y para Charlotte no era posible mantener algún tipo de relación con los negocios familiares. No estaba bien visto que una mujer opinara sobre drogas o armas. Así que siempre quedaba al margen de todo.

Al llegar al lugar pactado, acomodaron sus boinas, aquellas que eran características por la navaja en la visera.

Louis cargó su arma detrás de su espalda y observó a su padre hablar con los traficantes; dos árabes y un italiano. Ambos asintieron a las palabras de Austin y dejaron el cargamento sobre la camioneta negra que se encontraba al otro lado de la calle.

Cuando el líder de la mafia inglesa entregó el dinero, tres tiros retumbaron en la cabeza de Louis, y el cuerpo del amor de su vida se interpuso entre él y la bala que podría haber acabado con su vida.

Se dejó caer de rodillas y observó el suelo; su padre yacía muerto sobre un enorme charco de sangre y a su lado estaba Alex, aquel chico de los ojos verdes más hermosos que jamás vio, quien acababa de dar su vida por él, recibiendo un disparo justo en el centro de su corazón.

Que ironía, ¿no? Aquel corazón que logró ablandar al más frío de toda Inglaterra.

La cabeza de Louis se quedó en blanco cuando bajo sus manos sintió el frío de la piel de su padre, mientras intentaba detener el sangrado, en vano.

—Cuida a tu mamá y a tus hermanos.—Austin habló con su último aliento y a Louis se le detuvo el corazón.—Todo queda en tus manos, Lou.

Louis extendió su mano manchada de sangre y acarició suavemente la mejilla de su padre.—Por favor. Puedo... voy a salvarte, viejo. Por favor.

Austin tosió, sangre comenzó a brotar por sus labios.—Louis.—hizo una pausa para intentar respirar, el aire ya no entraba por sus pulmones.—Sos el único en quien confío, Alex te necesita.

—Papá, por favor.—Louis sollozó contra el pecho de su padre, sintiendo como sus latidos se iban apagando de a poco.

Levantó su vista azulina para observar las boinas mojándose con la fría llovizna que caía sobre ellos, su arma se le resbaló de las manos mientras escuchaba la risa de los narcotraficantes que acababan de matar a su padre y a su futuro esposo.

—¡Por orden de los malditos Peaky Blinders!—empuñó el arma con fuerza y se puso de pie, observando directamente al objetivo.

Apuntando directamente a las cabezas de los dos narcotraficantes, mientras la nieve comenzaba a caer, sus piernas separadas y a sus costados los cuerpos sin vida de las personas más importantes de su existencia, tomó la venganza en sus manos disparando las balas hacia los cuerpos frente a él.

Ambos hombres cayeron de rodillas al suelo, y Louis sonrió de costado, probando lo que jamás había sentido; la adrenalina de tomar el poder en sus manos, de sentirse dueño del mundo.

Tenía el corazón roto en mil pedazos, el alma oscurecida y mil y un pensamientos rumiantes en su cabeza, pero el saber que podía hacer temblar a cualquiera con sólo el chasquido de sus zapatos, le hizo cosquillas en el estómago, como si fueran mariposas.

Supo entonces, que jamás dejaría de hacerlo. Desde ese instante, mataría a cualquiera que se interpusiera en su camino, tal como lo acababan de hacer esos desalmados con las dos personas que más amaba.

Sintió como las piernas le empezaban a temblar y sus músculos flaquearon, haciendo que cayera de rodillas al suelo, junto a los cuerpos sin vida de su familia.
Los abrazó con fuerza, como si eso pudiera devolverlos a la vida, y lloró sin parar por horas hasta que el sol se alzó en el alba.

Cuando regresó solo a casa, nadie dijo nada, no les hizo falta hacerlo tampoco; su camisa manchada de sangre, su cabello mojado y sus ojos hinchados lo delataron.

Mientras sus zapatos sonaban por el mármol del piso de su casa, pensaba que ya nada podía salir mal, que por fin tendría su descanso; que iluso fue.

Su tía Polly estaba sentada en el sillón de tres plazas color bordo que estaba en la sala, justo al frente del hogar a leña. Al lado de ella, Charlotte tenía sus manos en su regazo, vestida completamente de negro y los gemelos con la tristeza pintada en su rostro a su lado; ellos también estaban de traje, camisa y pantalones negros.

Louis se aclaró la garganta y todos volvieron su vista a él, su tía no dudó en correr y abrazarlo con fuerza. Él no entendía nada, ¿qué estaba pasando?

—Lo siento mucho, Loulou.

—Está bien.—respondió sin darle importancia y llevó un cigarrillo a sus labios.

Polly se alejó de su cuerpo y se detuvo a observarlo mientras él llevaba un encendedor a su cigarrillo, dejó que lo prendiera y aspirara el humo.

—No sé por donde empezar.

Louis se encogió de hombros, realmente no parecía él, su corazón se había helado demasiado. Otra vez.

—Ya lo sé, yo estuve ahí, vi todo. Esperé a que los pasaran a buscar y no voy a ir al velorio.—aspiró la nicotina otra vez y expulsó el humo mientras continuaba hablando;—Cualquier cosa que necesiten, Sabrina está para ayudarlos.

—Louis.—la voz de Charlotte hizo que tuviera que voltear su cabeza a verla.

—¿Si?

—Mamá.

Una sola palabra para que a Louis se le llenaran los ojos de lágrimas.

Ellos no hablaban de su padre y novio, estaban hablando de su madre. La mujer que le dio la vida y la única que siempre lo comprendió, que lo aceptó tal y como él era.

—Mamá, ¿qué?

—Ella se enteró antes que todos, Loulou, se suicidó esta mañana.—Polly lo abrazó fuerte contra su pecho.

Louis estaba estático, sus brazos al costado de su cuerpo, el cigarrillo consumiéndose al igual que la última gota de cordura que aún le quedaba.
Tragó, intentando buscar aire, uno que nunca le llegó.

Sintió su corazón apretarse, incluso más fuerte que la forma en la que su tía Polly lo estaba abrazando.
Parpadeó, intentando que las lágrimas en sus ojos dejaran de impedirle la visión.

—Es mentira, mamá no haría eso.

—Lo hizo, Louis.—Charlotte se levantó del sillón y caminó hacia él. Aún  seguía en los brazos de su tía y no veía el motivo por el cual separarse. Se sentía protegido allí.—Dejó esto para vos.—en los dedos temblorosos de la rubia una carta con la caligrafía de su madre le hizo querer morir.

Louis estiró su mano y tomó el papel, al sentir la textura cayó en la realidad; era un pedazo del diario íntimo de su madre. Todo era verdad. En un día perdió lo más importante de su vida, e incluso se perdió a él.

—Gracias.—susurró, casi inaudible y se separó de los brazos de su tía.—Yo necesito estar solo.—habló mirando a Polly, quien asintió, dándole la razón.

Louis arrastró sus pies por el mármol, su flequillo aún goteaba pegado a su frente y su cuerpo dolía, el alma le pesaba.

Él no pudo cumplir con los últimos deseos de su padre, y eso lo atormetaría hasta el último día de su vida.

Peaky Blinders.  [L.S] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora