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Louis Tomlinson

Una vez que a Harry le dieron el alta, lo llevé a mi casa. Iba a cuidarlo con mi vida, a sanar sus heridas y a matar a cualquiera que se atreviese a tocar un milímetro de su piel.

Iba a tratarlo como debí hacerlo antes.

Ni siquiera podíamos besarnos, porque eso hacia que el corazón de Harry se alterase demasiado y eso podría llevarlo nuevamente al hospital. Si me despegaba un segundo de su lado, su cuerpo entero me necesitaba de vuelta, y eso también era malo.

Todo era malo.

Cuando por fin habíamos encontrado un atisbo de esperanza, la oportunidad de poder estar juntos y amarnos como quisimos hacerlo desde un principio, el destino nos jugaba una mala pasada y rompía nuestros corazones otra vez.

Lo único que calmaba el ardor en mi pecho era que estaríamos en casa. Los dos. Juntos. Podríamos comenzar de nuevo, conocernos completamente, entrelazar nuestras almas.

Cuando estuvimos en la puerta de mi mansión, ayudé a Harry a bajar del auto y pasé mi brazo por su cintura para sentirlo cerca mientras caminábamos juntos hacia casa. Sus brazos débiles a penas si podían sostenerme, ni siquiera sus ojos brillaban como antes.

Fue raro el hecho de que al empujar un poco la puerta ésta se abrió de par en par, y ni siquiera parecía forzada. Quien estaba dentro, o tenía una copia de mis llaves o era un experto.

Ninguna de las dos opciones tranquilizaba mi cabeza.

Cubrí a Harry poniéndolo detrás de mí, no aceptaría que nada volviera a ocurrirle, y menos por mi culpa otra vez. Cargué mi arma apuntando hacia adelante y revisé con todos los sentidos puestos cualquier cosa fuera de lugar que me indicara qué era lo que estaba mal.

El rumor de tazas chocando me llamó la atención, era temprano por la mañana y eso sólo podía significar una cosa; tía Polly.

Bajé el arma despacio y entrelacé mis dedos con los de Harry; sus manos temblaban y su piel estaba fría como la nieve, nada parecido a lo que solía ser.

—¿Polliana?—pregunté en voz alta, aún seguíamos de pie en el medio de la entrada.

—En la cocina Loulou.—su voz me inundó los sentidos y me hizo volver al pasado, cuando era un simple adolescente. Las cosas habían cambiado tanto...—Vine porque me contaron que estabas con un amigo en el hospital y quería hablar.

—Está bien, Polly.

Harry apretó mi mano, haciendo que mis anillos quemaran contra mis dedos juntos.

Porque sí, había empezado a llevar anillos porque me recordaban a él, y de alguna forma, me hacían sentirlo cerca, aún teniéndolo a mil kilómetros de distancia.

Mi mirada viajó a la suya; sus ojos estaban llenos de lágrimas y su piel estaba incluso más pálida de lo que ya era. Sus perfectos labios rojos estaban asomados en forma de puchero y mi corazón se apretó, dejó de latir contra mis costillas.

En ese momento deseé, más que nunca, cambiar de lugares, sentir su dolor. Liberarlo de esa agonía, sanar su alma.

—¿Todo bien, conejito?—mi voz salió entrecortada, el nudo en mi garganta me impedía hablar.

—No, duele.—se aferró a mi cuerpo como si de eso dependiera su existencia, su frente cayó a mi hombro y mis manos viajaron a su cintura, sintiendo la delgadez de su cuerpo.

Todavía no podía entender cómo era que Harry estuvo siendo manipulado por Magnus todo este tiempo, porqué no me habló antes. Deseaba haberlo ayudado, con todas mis fuerzas.

Peaky Blinders.  [L.S] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora