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Los rayos solares que se colaban por los vidrios translúcidos de la puerta de entrada me obligaron a abrir los ojos.

Sentía una pesadez en mi pecho y tenía los brazos adormecidos, me dolía la espalda y la corriente fría que entraba por la parte de abajo de la puerta hizo que mi piel se erizara completa.

Miré hacia abajo a mi pecho para encontrarme con algo que se sentía tan lejano, tan irreal, digno de un sueño; Harry durmiendo desnudo en mi pecho.

Me desperté junto a un ángel.

Mis brazos aún lo abrazaban con fuerza, y en sus dedos brillaba el anillo que le había regalado hacia unas semanas.

Su cabeza estaba de perfil sobre mi pecho, sus ojos cerrados suavemente, sus rizos abanicados hacia atrás sobre mi hombro, su respiración era lenta y tranquila, y me hacía cosquillas en el alma.

Lo acomodé a mi lado en el suelo, con todo el cuidado del mundo para que no se despertara, y me puse de pie para luego cargarlo hasta el sillón.

Ni siquiera se dio cuenta que lo hice.

Se acurrucó entre los almohadones y yo cubrí su cuerpo desnudo con la vieja frazada que le encantaba usar, la que compartimos la noche anterior a que Magnus lo destrozara.

Me alejé de él odiando la idea, y aun desnudo caminé hacia el enorme hogar a leña y lo encendí, para que su cuerpo no temblara de frío.

El fuego se inició con una llama fuerte, parecido a lo que pasó en mi interior el primer día que lo vi, con sus rizos chocolate en un moño y sus ojos verdes brillosos tras la barra.

Me quedé perdido en su cuerpo, observándolo mientras dormía, pensando en todo lo que habíamos pasado para llegar hasta acá.

Lo que yo había avanzado. Porque sabía que él merecía algo mejor, pero en el momento en que supe que estaba con Magnus, entendí que me dolería verlo al lado de alguien más, entonces mejoré, mejoré por amor, mejoré para no perderlo.

Porque quizás, necesitábamos alejarnos para saber que debíamos estar juntos.

Éramos demasiado jóvenes para saber que lo teníamos todo...

Me acerqué a él y lo vi dormir de cerca; aún seguía haciéndolo igual que la vez que lo encontré durmiendo en mi oficina.
Su boca entreabierta dejando escuchar los ronquidos más suaves, sus manos debajo de su cabeza, sus rizos desparramados, sus facciones relajadas.

Sonreí, sintiéndome más enamorado que nunca, feliz de haberlo elegido como el hombre de mi vida, y acomodé uno de sus rizos detrás de su oreja. Y esta vez no se movió.

Ahora confiaba en mí.

Me incliné a dejar un tierno beso en su frente, apoyando mis labios más tiempo del que duraba un beso normal. Amaba la calidez de su piel, su sabor, su suavidad.

Suspiré cuando levanté la vista y vi la hora en el reloj; ya era tarde, y tenía reuniones importantes a las que asistir.

De repente, comencé a odiar el trabajo.

Caminé escaleras arriba, arrastrando los pies, sintiendo el aire frío golpear mi piel desnuda y mis anillos chasquear contra las barandillas en un sonido torturante para mis oídos cansados.

Peaky Blinders.  [L.S] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora