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Louis Tomlinson

Las semanas en las que Harry debía recuperarse pasaron tan rápido que parecieron un pestañeo.

Mi pequeño rizado ya no necesitaba de mi ayuda para nada y me sentí un poco triste. Sabía que ya no podía retenerlo más en mi casa y, que si Harry deseaba irse, yo no podía hacer nada al respecto.

Ya estaba imaginando cuánto extrañaría tener que abrazarlo fuerte por las noches porque sus horribles pesadillas no lo dejaban dormir, o levantarme en la madrugada, porque el frío se colaba por su lado vacío, y encontrarlo acurrucado en el enorme sillón de la sala de estar.

Al parecer, ese era su lugar en la mansión; el sillón de cuero negro de la sala de estar y la vieja manta que había tejido mi madre.
Todavía no sabia porqué, no tenía nada de especial.

Extrañaría levantarme y besar unos labios con gusto a frutas de un pegajoso brillo labial. O la sonrisa de conejo entre medio de esos besos.

Extrañaría tener unas largas piernas enroscadas a las mías todo el tiempo, o volver de trabajar y encontrarme con un rizado cocinando para ambos.

Sin darnos cuenta, habíamos creado nuestro propio hogar, uno cálido y que arreglaba cada pedazo de alma rota de los dos.

O por lo menos la mía.

Estaba sentado frente al hogar a leña y con la mirada perdida mientras un cigarrillo se consumía entre mis dedos, pensando en porqué dejé pasar tanto tiempo, en porqué me privé de la felicidad de esta forma.

Entonces, escuché a Harry quejarse y mi cuerpo se puso alerta corriendo escaleras arriba, saltándome escalones, intentando llegar lo más rápido posible.

Fruncí el ceño al llegar a la habitación que compartíamos, apoyé mi brazo en el marco y me perdí en lo que estaba haciendo; él se observaba el trasero en el espejo.

Al principio no entendía porqué, hasta que vi las marcas amarillentas en su glúteo derecho y otras violáceas -casi invisibles- en sus muñecas.

Me atraganté con el humo de mi cigarrillo y Harry volteó a verme.

—¿Quién te hizo eso?—hablé mientras frotaba mi pecho, intentando disipar mi tos.

—Magnus.—él bajó la cabeza, como si se sintiera culpable de todo lo que ese idiota le había hecho.

Me tragué el nudo en la garganta, no podía permitir que Harry me viera de esta forma.
Mis ojos se dirigieron a sus muñecas, las marcas violáceas que estaban desapareciendo resaltaban en su piel blanca, incluso algunas raspaduras mantenían su color rojizo.

—¿Cómo te hizo esas?—pregunté señalando con la cabeza sus marcas.

—Me ató al poste donde me encontraste.—carraspeó. El corazón me dejó de latir.—Los hombres estaban besándome y yo no se como hice, pero pude desatarme. Todavía me arde un poco.

No sabia que hacer.

Quería consolarlo, pero no entendía como. Quería darle mi apoyo, saber que siempre ibs a estar para él, pasara lo que pasara. Pero las palabras no salían de mis labios, no las encontraba en mi cerebro.

Mis pies comenzaron a caminar solos hacia la mesita que estaba en la habitación, apagué el cigarrillo en un viejo cenicero, que probablemente le pertenecía a mi padre, y me acerqué a él.
Lo observé de pie un segundo; se veía tan hermoso como siempre. Sus rizos atados en un moño, su pantalon de vestir holgado, su camisa transparente de color negro, sus botas negras...

Peaky Blinders.  [L.S] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora