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Me dolía la cabeza y lo único que pensaba era en volver a casa.

El bar estaba repleto de gente, la música sonaba suave y se mezclaba con el sonido de las copas chasqueando y el rumor de conversaciones ajenas.

Iba a ser un día difícil, Polly había cancelado todas mis reuniones porque quería tener una conversación seria conmigo, y esas nunca eran buenas.

Así que ahí estaba, con un cigarrillo humeante entre mis dedos índice y corazón, mis piernas cruzadas sobre el escritorio de madera vieja, y mi cuerpo balanceándose hacia atrás en una silla con rueditas.

No tenía mucho para hacer hasta que Polly llegara, realmente Charlotte se había estado ocupando de las finanzas, dado que a ella los números se le daban mejor, y los gemelos estaban haciendo un trabajito para mí.

En fin, una mañana aburrida.

Cerré los ojos y di una larga calada a mi cigarrillo, tirando la cabeza hacia atrás y pensando en cuántas horas faltaban para volver a ver a mi conejito.

Jamás lo había visto tan feliz. Y su felicidad era la mía.

La puerta fue golpeada dos veces, sacándome de mis pensamientos y obligándome a acomodarme sobre la silla.

—Pase.

—Soy Polly, vengo con una amiga.

Puse los ojos en blanco. Pensé que el odiar a Harry había quedado en el pasado. Después de todo, no iba a lograr nada, yo era un hombre inteligente, con las ideas bien puestas, y cegado por el amor que le tenía al padre de mi hijo.

Mi mandíbula cayó a mis pies cuando la vi entrar; era una vidente.

Estaba vestida con un largo vestido color violeta del que colgaban cientos de mostacillas de colores brillantes, zapatos color negro y un raro peinado en su cabeza. Un bolso azul colgaba de su costado izquierdo, y la mitad de su rostro estaba oculto tras un velo translúcido adornado con canutillos dorados.
Aparentaba ser una mujer de veintitantos, pero parecía de confianza por la forma en la que Polly tenía su mano apoyada en su espalda baja.

Carraspeé y apagué el cigarrillo contra el suelo.—Por favor, tomen asiento.—una sonrisa falsa se extendió por mi rostro, y Polly lo notó.

Ambas se sentaron frente a mí, pero no dijeron nada.
La observé en cuanto cerró sus ojos y comenzó a recitar en susurros unas extrañas palabras.

Sus ojos se abrieron de golpe y su mano apretó el muslo de mi tía con fuerza, como si lo que acabase de ver hubiera llamado su atención, pero de mala forma.

—Este ceva în neregulă aici / Hay algo mal aquí.—suspiró, como si le hubiera quitado toda la energía.

—Fă-o / Hazlo.

Ella rebuscó en su bolso y sacó un mazo de cartas enormes, incluso tenían dibujos extraños. Nada parecidas a las normales.

Cerró sus ojos con fuerza y comenzó a barajarlas mientras susurraba cosas inteligibles, que a nadie parecía asustarle, sólo a mí. Sus uñas pintadas de negro brillaban reflectando la tenue luz amarillenta que estaba sobre nosotros.

—Nombre.—pidió, sus ojos aún cerrados, sus manos trabajando en el mazo de cartas.

—Louis.

—Completo, idiota.—Polly me retó, me contuve una risa.

—Louis William Tomlinson.

—Natalicio.

Peaky Blinders.  [L.S] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora