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Louis Tomlinson

El cielo nocturno iluminado por un millón de estrellas alumbraba las calles de la pequeña Doncaster y en mi bar, el más grande de la ciudad, se festejaba que la mafia tenía heredero. Aunque a eso sólo lo sabían los más allegados. 

No me separé de Harry en ningún momento, lo tenía apegado a mi lado derecho, sosteniéndolo de la cintura, quería que todos supieran que era mío. Y lo sería para siempre.
Aún sabiendo que no debían vernos tan juntos, pues mi plan de Harry como espía fracasaría rotundamente y quizás él jamás me perdonaría el hecho de haberle quitado la felicidad que le daba trabajar para la policía de Londres.

Respiré hondo y prendí un cigarrillo cuando Charlotte lo arrebató de mi lado y se lo llevó a hacer migas con los demás, los mafiosos más importantes se encontraban allí y debían conocer a quien llevaba al heredero en su vientre.

Harry se veía tan hermoso con su pantalón y camisa negra entallados al cuerpo, sus rizos largos cayendo por su espalda y una hermosa flor dorada colgando por el cuello de su camisa. Sus botas negras brillaban reflectando la luz tenue del bar.

Todos lo miraban, lo desvestían con los ojos. Pero yo sabia que él me amaba a mí, y no necesitaba nada más.

No pude evitar poner los ojos en blanco cuando observé que Charlotte lo llevó con los LeJacquet.

La mafia francesa no me agradaba para nada, ellos nunca tenían buenas intenciones.
La única razón por la que no le había bajado la cabeza a tiros a Jean Piere era porque mi tía Polly se lo había prohibido.

Así que ahí estaba, con los ojos fijos en mi conejito y en las manos largas del joven lider de la mafia francesa. Sabía que no podía hacer un escándalo, pero cada vez que veía a alguien posar sus manos en la panza de Harry tenía ganas de sacar el arma y matarlos a todos. 

Aspiré fuertemente la nicotina y pedí un vaso de whisky, uno muy puro, porque estaba seguro que no podría soportar ni un minuto más. Bebí de un sorbo el alcohol y ordené que me sirvieran otro.

Cuando volví a dirigir mi vista hacia donde se suponía que debía estar Harry, me sorprendí al notar que ya no estaba ahí. Tampoco Charlotte y su vestido rojo.

Inspeccioné rápidamente el bar y no los encontré, tampoco al sucio Jean Piere. 

Mi corazón empezó a palpitarme en las sienes, en los dedos, en el estómago, contra las costillas, un sudor frío me recorrió el cuerpo y mis pulmones se volvieron cemento.

No podía perderlo, no ahora. Ni nunca más.

Apagué el cigarrillo contra el suelo y bebí bruscamente el alcohol que quedaba en el pequeño vaso antes de salir en busca del hombre más promiscuo y seductor de toda la mafia. 

Algunos solían compararlo conmigo, sus ojos azules como el mar y piel suave y tersa color dorada, pómulos marcados y el cabello más suave que jamás haya tocado nadie. Su mandíbula era la perdición de todos los hombres y mujeres que se atrevieran a verlo.

Tenía que aceptarlo, Jean Piere LeJacquet era hermoso.

Un pequeño muñequito perfecto, tallado a mano por el mismo Dios, pero su alma había sido robada del infierno, creada a gusto y semejanza del Diablo. 

Caminé haciendo sonar mis zapatillas contra el suelo asfaltado del pasillo del depósito oscuro.

Por primera vez en años, llevaba los cordones atados. Harry lo había hecho por mí.

Fue un poco incómodo contarle que con casi 26 años no sabía atarme con los cordones... pero si disparar un arma.

Sin embargo, nada de eso importaba si podía verlo jugar con las tiras de tela y explicarme paso a paso como anudarlas; el problema era que jamás entendí. Estaba perdido en lo hermoso de su anatomía, por dentro y por fuera, y en lo afortunado que era en tenerlo adorándome como si fuera lo único que haría por el resto de su vida.

Peaky Blinders.  [L.S] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora