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Narrador Omnisciente.

Tres meses pasaron en los que Louis se perdía mirando a Harry. En los que se descubrió pensando en cuán dulces serían los besos de aquellos labios color fresa o cuán magníficas se sentirían las yemas de sus dedos pasando por sus curvas. Había comenzado a abrirse al amor otra vez, a soltar a su pasado y a abrazar con fuerza su presente. Podía sentir la felicidad aparecer otra vez en su vida, una que quizás encontró en un hombre con cabellos rizados y ojos verdes como dos gemas brillantes.

Aquel cantinero que llevaba a propósito pantalones cortos, dejando descubiertas sus piernas torneadas que tanto le habían gustado desde que lo vio por primera vez, todo para que él lo observara. Y para Louis se terminó convirtiendo en un hábito que no podía romper.

Harry había caído a los pies de Louis apenas le pidió aquel vaso de whisky puro.
Él nunca pensó en enamorarse de alguien con quien no podía estar, le parecía algo cliché que solo aparecía en los libros o películas.

Pero ahí estaba, rendido frente a un mafioso despiadado, a un hombre que había sido tan brillante para él, un atisbo de luz, de esperanza de poder ser libre.

Una dulce criatura que solo él tuvo el placer de conocer a fondo.

Aunque eso terminara destrozando a ambos. Aunque estuviera seguro que Louis jamás lo volvería a ver de la misma forma.

Cuando Harry despertó, guio su mirada hacia el reloj despertador en su mesa de luz. Eran casi las nueve de la mañana.

Saltó de la cama y se dio un baño a la velocidad de la luz, ató sus rizos en un rodete y se puso una camisa negra con los primeros pantalones que encontró.

Ni siquiera se dio el tiempo de desayunar, salió corriendo hacia el trabajo.

Estaba llegando más de dos horas tarde. Rogaba que Louis no estuviera ahí, porque estaba más que seguro que lo iba a despedir.

No era que necesitara el trabajo, claramente, pero para estar cerca de él y poder recaudar la información que necesitaba, no podía alejarse tanto.

Cruzó semáforos en rojo, recibió insultos y casi chocó dos veces, pero en menos de cinco minutos ya estaba cruzando la puerta del bar.

Se arregló el cabello, se colocó el delantal que siempre usaba para no arruinar su ropa, tomó la escoba que estaba detrás de la puerta de la cocina y caminó bar adentro.

Sus ojos se abrieron de par en par cuando vieron a un Louis muy abrazado a un rubio de ojos celestes como el cielo y podía jurar que no tenia más de dieciocho años.

Quizás sintió celos, quizás deseo ser él, quizás...

Todo en su vida era un quizás.

Quizás después de este trato iba ser libre, iba volver a casa con Gemma y su mamá.

Quizás podría salvar a Gemma de las manos sucias del viejo Cowell.

Quizás algún día pueda ser feliz.

Ser feliz. La única prioridad en su vida desde que entró a trabajar en la policía de Londres.

Lo único que quedó más que postergado cuando fue designado con el coronel Cowell.

Un viejo soberbio, incomprensible y más maligno que el mismísimo diablo. Era tan recto e imperativo que nadie se atrevía a decir ni una sola palabra cuando él estaba en el ambiente. Cualquier cosa podía molestarlo y hacer que terminases pasando los peores días de tu vida hasta que te retiraras del servicio.

—Louis, ya te dije que me sueltes.—el rubio seguía luchando contra las manos del ojiazul, que se aferraban fuerte a su camisa.

—¡Por favor Alex! Te extrañé tanto.

Peaky Blinders.  [L.S] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora