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Seis meses después

Llegó un punto en el que comencé a odiar las hormonas alteradas de Harry.

Si no eran sus antojos, eran besos, o abrazos, o estar a mi lado todo el día.
No me quejaba, en lo absoluto. Amaba tenerlo así, conmigo. Pero a veces sentía que podía lastimarse, y mi corazón se apretaba al no poder darle lo que él quería.

Su pancita me tenía babeando, su sonrisa cada vez que veía sus tatuajes estirados, las juntadas familiares en la casa de campo, terminaron convirtiéndose en cálidos recuerdos que atesoraba en silencio.

Amaba dormirme siendo la cuchara grande, abrazando a Harry contra mi cuerpo, con nuestras manos juntas sobre su pancita, y despertarme siendo la cuchara pequeña, con las piernas de Harry sobre mi cintura y sus brazos apretándome como si tuviera miedo de perderme.

Mi parte favorita del día era bailar en la cocina, como si fuera nuestra pista de baile, y luego los suaves besos antes de irme a trabajar.
Me encantaba sentir sus dedos anudando mi corbata, y saber que a él le gustaba hacerlo.

Harry había decidido comenzar a vestirse con trajes y juro que nada me enloquecía más que verlo en ellos. Sus colores, sus estampados, la forma en la que se ceñían tan bien a su cuerpo, resaltando todo eso que era mío.

Odiaba estar todo el día lejos, pero no importaba si al volver él me esperaba vestido con una de mis remeras y se excusaba diciendo que lo hacia porque extrañaba mi calor.

Me perdía en sus ojos cuando me observaba con fascinación mientras me quejaba de las cosas que me pasaban durante el día, y amaba ver sus hoyuelos cada vez que se reía; esos que me volvieron loco desde el primer momento en que los vi. Al igual que sus perlas blancas, en las que resaltaban sus paletas un poco más largas, que le daban esa sonrisa que me hacía recordar a un conejito.

Agradecí al cielo tantas veces por tener su amor, por haberlo puesto en mi camino, porque él eligió ser mío. Y yo suyo.

Juro que ni en mis sueños más remotos imaginé que alguien pudiera llegar a hacerme sentir ni la mitad de las cosas que me hacía sentir Harry.

Porque, si mañana pudiera abrir mis ojos y ver los suyos, sabría donde quedarme.

La mañana nos encontró jugando al amor; Harry sobre mi regazo en la cama, sus piernas entrelazadas en mi espalda baja, sus manos en la parte de atrás de mi cuello, las mías en sus mejillas sosteniéndolo contra mis labios, para que a los suyos no se le ocurrieran soltarme.

—Buenos días.—habló entre besos.

Y si que eran buenos.

—¿Cómo se siente el papá más hermoso del mundo?

Se separó de mis labios y miró a su pancita, sus rizos cortos cayendo hacia abajo a los costados de su cara y sus ojos verdes brillando como nunca.

Sostuvo mis manos entre las suyas y las llevó sobre el tatuaje de mariposa. Mis ojos viajaron a la unión entre nosotros y sonreí, olvidando todo lo malo. Refugiándome en nuestra pequeña casita de amor.

—¿Qué crees que va a ser?

—Mmm.—fingí pensar por un segundo mientras que, con mis dedos pulgares, cepillaba suaves caricias en su piel.—¿Varón?

—Para mí, es nena.

—¿Tus ojos o los míos?

—Ojalá sean los tuyos, son los más hermosos que vi.

Negué con la cabeza y volví a besar sus labios, nuestras manos aún seguían juntas en su abdomen.

Un suave movimiento se hizo presente en la palma de mi mano, y supuse que en la suya también porque ambos bajamos la mirada al mismo tiempo.

Peaky Blinders.  [L.S] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora