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Me sentí fallecer cuando vi a mi amado conejito, ese hombre que hacía un par de horas estaba feliz y llenándome de besos, que me acarició el cabello y me acostó en su regazo para poder dormir juntos, ahora estaba conectado a mil máquinas y con el cuerpo golpeado, empapado de sangre.

Me juré encontrar al hombre que había dañado de tal forma a mi más preciado tesoro. De molerlo a golpes y aunque me rogara que me detuviera no lo haría, porque estaba seguro que el muy bastardo no lo hizo cuando Harry se lo pidió, siguió arrebatándole las ganas de vivir, marcándole el rostro y el cuerpo entero.

Prendí un cigarrillo y me asomé por la pequeña ventanilla para expulsar el humo y tirar las cenizas, cualquier cosa que me hiciera eliminar de la cabeza las imágenes de Harry siendo golpeado, de Harry atado en ese poste, de Harry sufriendo...

Mi mirada viajó otra vez a mi pequeño rizado, se veía tan indefenso, tan roto. Deseé cambiar de lugares, ser yo quién recibiera sus golpes, estar conectado a todas esas máquinas que marcaban los lentos latidos de su corazón. Tan lentos que pensé que se apagarían en cualquier momento.

Llevé una mano al bolsillo de mi saco y marqué el número de Ernest. La llamada fue descolgada enseguida.

—Necesito que averigües donde mierda está Magnus Hoffman y me avises. No lo dejes escapar, Ernest.

En quince minutos tengo la información.

Gracias pequeño.

La llamada finalizó y la duda picó en la parte de atrás de mi cabeza. ¿Qué debía hacerle? ¿Cortarle las bolas y hacer que se comiera lo de adentro? ¿Golpearlo tanto como él se lo hizo a Harry? ¿Humillarlo?

Todavía no podía entender como alguien pudo hacerle eso a mi conejito, si era una persona tan buena, amable, dócil. Era alguien que entregó su felicidad por salvar a su familia. Que entregó su corazón para no romper el de alguien que ni siquiera conocía.

Que prefirió dar su vida para mantenerme a salvo, aún sabiendo que jamás podría corresponder a su amor como él lo necesitaba.

Un señor de bata blanca inmaculada y lentes en el puente de la nariz entró en la habitación con una pequeña planilla.

Parpadeé y me apagué el cigarrillo contra el cenicero de vidrio; mil y un recuerdos pasaron por mi cabeza y las lágrimas se agolparon en mis ojos. La última vez que Harry había estado en una sala de hospital, yo lo había dejado, y él había roto mi corazón.

—¿Usted es pariente?—el doctor habló, haciéndome volver a la realidad.

—Algo así.

—Bien, necesito que conteste unas preguntas.—dirigió su mirada hacia el papel y se quitó la lapicera del bolsillo de la chaquetilla, apretó el botón haciendo escuchar un clic y señaló la primer pregunta.—¿Toma algún medicamento?

Respiré profundo, jamás pensé que éste fuera un tema que me afectara, pero terminó haciéndolo.

Al final del día, odiaba admitirlo, pero terminaba imaginando a Harry con un bebé en sus brazos, la felicidad en su rostro, su sonrisa impecable... pagaría lo que fuera para verlo, aunque sea una sola vez.

Suspiré, eliminando mis pensamientos como si fueran una enorme nube.—Pastillas para el tratamiento de fertilidad.

Él me miró con el ceño fruncido.—¿Para qué?

¿Era sordo o qué?

—Fertilidad.

—No no, eso está mal. Él no es el del problema.

Peaky Blinders.  [L.S] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora