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Tres meses después.

Harry Styles.

Mi panza había crecido demasiado.

La pequeña que se formaba en mi vientre pateaba con fuerza y se movía cada vez que Louis se acercaba a dejar un beso o murmuraba suaves palabras.

Y juro que jamás en toda mi vida, me había sentido tan feliz.

Amaba tener a Louis cuidándome, escucharlo decir incoherencias sobre mi piel, sentir sus suaves besos. Amaba que cumpliera todos y cada uno de mis antojos, así tuviera que levantarse a las cuatro de la madrugada en pleno invierno.

Sabía que la muerte de Polly lo había consumido completamente, que jamás volvería a ser el mismo. Pero se esforzaba por no hacérmelo saber, escondía sus sentimientos como si fuera una piedra, como si odiara que alguien lo viese débil.
Y yo no decía nada cuando llegaba del bar a la madrugada y se quedaba una hora sentado en el sillón de la entrada, observando el vacío del patio nevado, con un cigarrillo que se consumía al igual que su corazón, y lágrimas que se sentían quemar aunque no las estuvieras tocando.

Prefería dejar que me abrazara, quedarme en silencio, escuchando las súplicas de su mente que gritaban que todo se detuviera.

Porque había aprendido que Louis era así, tomaba el dolor de los demás y lo sentía como suyo, se encerraba en su propio mundo donde se ahogaba y no dejaba que nadie le tendiera una mano para llevarlo hasta la orilla.

El alba se alzaba en el cielo oscuro e invernal de Doncaster cuando escuché el sonido del motor apagarse en la entrada de la casa.

Ya estaba acostumbrado a estar solo por las noches, no me importaba si al día siguiente me levantaba con unos brazos aferrados a mi cintura y unas cortas pero suaves piernas enroscadas a las mías.

Amaba ser la cuchara pequeña si Louis era la cuchara grande.

Pero esa noche era distinta y se sentía en el aire.

Lo observé por el balcón de nuestra habitación, la nieve blanca que comenzaba a derretirse contrastaba con el negro de su traje.

Tan hermoso.

Sus dedos entintados con mi nombre comenzaron a jugar con su corbata, aflojándola mientras un cigarrillo apagado se balanceaba en sus labios resecos.

Solté la cortina para que cubriera el ventanal otra vez y me miré en el espejo antes de bajar a su encuentro.

Por alguna extraña razón tenía muchas ganas de mimarlo...

Mi panza había bajado demasiado, y eso me hizo pensar que quizás estaba cerca.
Moría por conocerla, tocar su cabello, admirar sus ojos, escuchar su risa, su llanto, sentir su piel suave.

Una leve puntada en mi espalda baja me obligó a llevar la palma de mi mano allí, enderezándome para verme de costado en el espejo; no podía recibir a Louis de esa forma.

Rápidamente, caminé hacia el baño y encendí la luz del espejo en forma de cuadrado que estaba empotrado sobre la pared, y rebusqué en la mesada de madera mi vieja gomita color negro para atar mis rizos en un moño despeinado, intentando lucir lindo para él.

Peaky Blinders.  [L.S] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora