Capítulo 14

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Dos meses habían transcurrido desde la llegada de Inuyasha y Kagome al Este. Pese a la desventaja numérica, la coalición contra Naraku era formidable. Campesinos de todos los reinos se habían alistados a las filas de Kagome para luchar contra la creciente amenaza a su autonomía. No estaban dispuestos a pagar las nuevas rentas de Naraku destinadas a solventar los esfuerzos  de guerra. 

Por otra parte, el Rey Sureño se había concentrado en consolidar su conquista en el Oeste y el Norte sofocando los recurrentes focos de rebelión, dándole indirectamente, más tiempo al Este para organizar una esperanzadora ofensiva.

—    Me mandó a llamar, mi señora. —Dijo Hoyo entrando a la habitación de Kagome. Ella se hallaba de pie frente a la ventana viendo a las tropas entrenar.

—    Hace algún tiempo me sugeriste que nos mantuviéramos a la defensiva en lugar de atacar a Naraku... ¿aun consideras que es nuestra mejor opción? —Interrogó sin apartar la vista del exterior.

—    Es cierto que nuestras perspectivas han mejorado, sin embargo, un derramamiento de sangre será inevitable.

—    Volveré a preguntar. —Volteó a verlo. — ¿Crees que tenemos oportunidad de ganar contra ese hombre?

—    No, su majestad. No ganaremos. —Kagome comenzó a reír sin razón alguna. Hoyo frunció el ceño preocupado. —¿Qué ocurre? —Interrogó acercándose a ella. —No estoy aquí solo como tu consejero Kagome, sino también como tu amigo.

—    Creo que estoy embarazada. —Confesó. Hoyo palideció, esperaba cualquier cosa menos eso.

—   Kagome aún no te has casado. La Iglesia podría excomulgarte y los nobles...

—    Lo sé, intentarán tomar el trono a la fuerza. Estuve a punto de casarme Hoyo...yo, yo jamás imaginé que algo como esto sucedería. Por primera vez en mi vida siento un profundo miedo. —fue imposible seguir conteniendo el llanto. —Ni siquiera sé si Sesshomaru sigue con vida, y aunque lo esté, será imposible casarnos antes de que los nobles se den cuenta de mi embarazo. Tratarán a mi hijo como un bastardo y le arrebatarán el trono. —Él la abrazó intentando brindarle algo de consuelo.

—    Pensaremos en algo. Tranquilízate. —Un fuerte golpe se hoyó del otro lado de la puerta.

(...)

Inuyasha había emprendido un rápido viaje hasta su residencia en la frontera para verificar la condición del Rey del Este. Estaba seguro de que pronto se recuperaría y podría volver junto a su hija. Sin embargo, al llegar se sorprendió desagradablemente al darse cuenta de que la mansión ardía en llamas. Rápidamente comenzó a buscar sobrevivientes. Dio con el viejo Myoga que agonizaba bajo una viga de madera imposible de mover. El débil anciano logró despedirse de Inuyasha y ponerlo al tanto de la muerte de los reyes del Este. Los soldados de Naraku habían descubierto el camino estrecho y atacado por la noche asesinando a todos y saqueando el lugar. 

Fue un duro golpe para el platinado ver arder el único lugar al que había considerado su hogar, junto a las personas que apreciaba desde su infancia. Igual de doloroso sería para Kagome enterarse de la prematura muerte de sus padres. Se apresuró a regresar al castillo con las desagradables noticias. 

Al llegar se detuvo frente a la habitación de Kagome al darse cuenta de su conversación con Hoyo. No había sido su intención inmiscuirse en sus asuntos, pero por desgracia y sin quererlo, había escuchado la confesión de la princesa sobre su embarazo. Fue un duro golpe, no solo por el hecho de seguirla amando sino porque sabía perfectamente, y con sobrada experiencia, a lo que Kagome se refería cuando decía que su hijo sería tratado como un bastardo. Respiró profundo y golpeó con fuerza la puerta para hacerles saber de su presencia.

—    Adelante. —Dijo Kagome recobrando la compostura y alejándose de Hoyo.

—    Kagome... — El peliplata se acercó lo más que pudo a ella. — Tenemos que hablar.

(...)

La noticia del brutal asesinato de su familia había trastornado a Rin. Incapaz de sentir un ápice de empatía por los demás, dedicaba su infeliz tiempo a torturar a Sesshomaru, día tras noche. Encontraba consuelo en el dolor ajeno, especialmente en el de su antiguo amante. El sádico placer de esa noche tenía por protagonista la cera derretida de las velas. El platinado ya no se esforzaba en razonar con ella, simplemente dejaba que se deleitara con su dolor imaginando formas de matarla cuando lograra liberarse. No quedaba en su corazón un solo rastro del amor que había sentido por ella. El día que escapara definitivamente le devolvería un poco de la cortesía recibida durante los últimos dos meses.

(...)

Reino del Oeste. Nueva capital del imperio de Naraku.

—    El último foco de rebelión en el territorio fue sofocado, mi señor. —Informó el General.

Naraku ordenó entonces el inicio de la avanzada hacia Este. Era tiempo de concluir de una vez por todas con su ardua campaña, el último bastión de su gran imperio se hallaba a unos pocos kilómetros de distancia. Aun no tenía decidido que haría con la joven princesa, sus padres estaban muertos y su ridícula resistencia no representaba una amenaza significativa. Sería muy sencillo arrancarle de su cabeza esa linda corona que portaba con tanto orgullo. Tomarla como esposa era una posible alternativa. Ahora que Rin había enloquecido no tenía interés en tocar a esa mujer, mucho menos engendrarle un hijo. Eso haría, convertiría a la linda e indomable princesa del Este en su nuevo juguete.

(...)

La noche del viernes las tropas de Naraku desembarcaron en las costas del Reino de Kagome dando lugar a un nuevo punto de inflexión en la historia. Ya no había retorno. Kagome no tuvo tiempo de llorar la muerte de sus padres, la noticia del desembarco del Sur la obligó a tomar medidas inmediatamente. Concentró sus tropas en la capital. Si el ejército de Naraku pretendía arrasar el Este, primero debería penetrar la imponente muralla que rodeaba su Reino.

El amanecer del sábado encontró a ambos ejércitos enfrentados. Kagome desde la cima del muro observaba estupefacta la infinita vista de soldados que se perdía en el horizonte. Naraku montaba orgulloso su caballo al inicio de la formación. Un jinete se acercó desde la base improvisada hasta la fortaleza del Este. Llevaba una carta dirigida a la princesa.

—      ¿Qué pretende? — Interrogó impaciente Inuyasha mientras Kagome leía en absoluto silencio las líneas de la epístola.

—      Quiere que abdique al trono. —Confesó finalmente. —Dice que si me rindo y entrego la ciudad sin luchar no matará a mis hombres ni saqueará la capital.

—      ¿Y qué harás? —Inquirió Hoyo.

—      No podemos rendirnos sin luchar. —Interfirió indignado Inuyasha ante las palabras del clérigo.

—      Tengo hasta medianoche para enviarle una respuesta con su emisario, de lo contrario atacará al amanecer de mañana.

—      ¡Ese maldito infeliz! —Maldijo el peliplata.

—      Hay una cosa más...—Continuó leyendo Kagome.

—     ¿Qué? —Inuyasha inspeccionó detenidamente sus expresiones.

—      Demanda que me entregue como prisionera.

—     ¿El muy infeliz de verdad cree que aceptaremos tales condiciones?

—      Coincido con Inuyasha. Naraku ofende nuestro honor creyendo que entregaremos a nuestra princesa.

Kagome se detuvo unos momentos a analizar la encrucijada, recorrió con su mirada su alrededor deteniéndose en Hoyo e Inuyasha hasta que finalmente tomó una decisión. — Informen a las tropas. Al amanecer iniciará la guerra. —Arrugó entre sus manos la carta y la arrojó al calor de las llamas con furia.

Continuará...

Amor en Tiempos de GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora