Capítulo 25

425 51 14
                                    


Kagome fue incapaz de pegar un ojo en toda la noche. Cansada de dar vueltas en la cama se levantó y se dirigió a la habitación de Sesshomaru. Debió persuadir a los guardias de Inuyasha para que la dejaran entrar, pero finalmente lo logró.

Apenas abrió la puerta lo vio y su corazón se estremeció. Parecía el retrato de una pintura al óleo. La luz de la luna iluminaba tenuemente su lindo y sedoso cabello. Era una pena que su bonito color estuviera oculto bajo ese tinte negro. Solo algunas raíces plateadas se asomaban rebeldes.

Avanzó como si estuviera caminando sobre hielo fino. Cuando llegó junto a la cama deslizó su mano por el rostro que descansaba con una mirada tensa. «¿Una pesadilla?» Pensó preocupada. Recorrió con su dedo índice la piel, desde la frente pasando por los pómulos hasta detenerse en sus labios. Ella sonrió dulcemente al darse cuenta que la mueca había desaparecido. En el fondo quería creer que su caricia había despejado los fantasmas de su enrevesada mente.

Una lágrima cayó desde los ojos de Kagome hasta la mejilla de Sesshomaru. Antes de siquiera darse cuenta una catarata amenazaba con nublarle la vista por completo. Se secó los ojos con la manga de su vestido de noche y se forzó a sonreír. Si no era ella quien mantenía la compostura su familia se desplomaría. Se acercó a los labios de Sesshomaru y se despidió con un beso lento e inocente. Se alejó unos centímetros para darle una última mirada y la piel se le puso de gallina al encontrarse con el par de ojos dorados observándola. Lo había despertado. 

Retrocedió instintivamente, pero él la tomó por la espalda baja y la arrojó a la cama, justo debajo de él. Era como un lobo a punto de devorar a un gatito. La mirada de Sesshomaru se deslizó desde los ojos chocolates hasta detenerse en el cuello lleno de hematomas. —Lo siento tanto. — enterró su rostro en el pecho de Kagome para evitar que lo viera llorar. Ella lo envolvió con sus brazos. Quería hacerle saber que todo estaba bien, que no estaba molesta, que sabía que él jamás la lastimaría intencionalmente, pero ninguna palabra salió de su boca.

Luego de algunos minutos que parecieron eternos, ella finalmente dijo su nombre. Despacio y muy bajito cerca de su oído. No quería una disculpa, quería que la amara. Cuando sus miradas volvieron a encontrarse lo sujetó con ambas manos por el rostro y devoró sus labios con necesidad. Él era como lluvia en una temporada seca, calor en una noche fría, dulzura entre la amargura. 

El aire se hizo escaso y la respiración agitada. Podía sentirlo acariciar su cuerpo entero con sus manos. Sabía dónde lamer, morder y rozar para hacerla agonizar de placer. Quería más y más, sentía que podía derretirse en sus brazos. Su glamoroso cuerpo no había perdido su poder destructivo incluso luego de años en el exilio.

Lo tomó del cuello y lo obligó a girar cambiando de posiciones. Se montó encima suyo y dejó descansar sus manos sobre el firme pecho de Sesshomaru. Comenzó a mover lentamente las caderas de adelante hacia atrás en un ritmo constante. Aun con la ropa puesta podía sentir cuánto se deseaban el uno al otro. 

Sus dedos deshicieron elegantemente el nudo de su vestido y la prenda cayó deslizándose por sus hombros hasta detenerse en su cintura. Él se inclinó para devorar la nueva piel expuesta. Sus amplios pechos saltaron al compás de su movimiento. Las ásperas manos se aferraron a su cintura enterrándola mas profundo en él. Kagome inclinó la cabeza hacia atrás dejando escapar un gemido cuando sintió la excitación de Sesshomaru presionar salvajemente su entrada. El sedoso cabello negro cayó majestuosamente por su espalda.

Soltaba dulces jadeos cada vez que la acariciaba, humedeciéndose más y más. Sus intentos desesperados por reprimir su voz también eran irresistiblemente sensacionales. Volvió a mirarlo exigiendo sus labios en los suyos. El beso fue demandante e invasivo. Lo tomó del cuello y sus manos subieron hasta detenerse en el cabello de Sesshomaru. Enredó sus dedos en él y tiró hacia atrás obligándolo a inclinar la cabeza. 

Amor en Tiempos de GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora