Capítulo 10

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Los preparativos estaban en marcha y las invitaciones enviadas. Lo reyes del Este se hallaban en camino al Oeste y la novia seguía encerrada en su habitación sin deseos de ver a nadie. Las palabras de Inuyasha habían calado profundo en su temeroso corazón, y si bien no daría vuelta atrás, la ansiedad le oprimía el pecho hasta el punto de quitarle el aire cada tanto.

Sesshomaru no se hallaba en mejores condiciones, el rumor de que Rin se había comprometido con el rey del Sur había llegado a sus oídos y mentiría si dijera que aquello no lo enfurecía inmensamente.  El hombre le doblaba la edad y ni hablar del decadente estado de su Reino. Una persona así no era ni la mitad de digna de ella. Seguramente lo mataría si lo tuviera en frente, a la mierda la diplomacia real, estaba a un día de casarse con otra, pero le era imposible dejar de pensar en Rin. La amaba demasiado como para olvidarla tan rápido, si es que eso era siquiera posible.

(...)

El mensajero atravesó a todo galope los alrededores circundantes. Desmontó a las puertas del palacio y solicitó una audiencia privada de emergencia con el Rey del Oeste.

—    ¿Una guerra? —cuestionó dudoso Inu no Taisho. 

—    Eso creemos, mi señor. Nuestros espías han informado la movilización de miles de tropas en ambos Reinos.

—    No tiene sentido. Una guerra entre el Norte y el Sur sería una imprudencia diplomática. Ninguno de los dos Reinos consta con la fuerza necesaria como para asegurar una victoria contundente. Además, eso iría en contra de los acuerdos de paz establecidos por la Triple Alianza.

—    A menos de que se tratara de una coalición. —Irrumpió Sesshomaru en la habitación. —El Norte y Sur pretenden aliarse, no atacarse padre.

—    ¿Cómo lo sabes?

—    ¿Por qué otra razón entregarían la mano de Rin a Naraku? Ella es su comodín. 

—    Convoquen al Consejo de Guerra. Si lo que dices es cierto debemos estar preparados.

—    Daré la orden de cancelar la boda. —Precipitó Sesshomaru.

—    Bajo ningún término. — Contradijo su padre. — Debemos aparentar normalidad, además la alianza con el Este es nuestra mejor carta en este momento. Enviaré a dos delegados para que descubran que está pasando en el Norte y el Sur, mientras tanto nos mantendremos a la defensiva.

—    Pero padre...

—    ¡Que no se diga más! No debemos perder más tiempo. Te espero en el Consejo en una hora, mientras tanto sé precavido y pon a tu hermano al tanto. —Colocó su mano en el hombro de su hijo. —Hoy mas que nunca debemos estar unidos.

(...)

Kagome se hallaba desplomada sobre la cama contando las horas que faltaban para usar aquel gigantesco e incómodo vestido blanco. Lo odiaba, ni siquiera tenía sentido que fuera blanco, ya no era pura. Nuevamente golpearon a su puerta, era como la quinta vez en el día, las criadas no la dejarían tranquila jamás.

—    Les dije muy claramente que no quería que me molestaran. —Gritó furiosa mientras abría de un solo movimiento la puerta, encontrándose con la mirada dorada. —Inuyasha...—Dijo tomándolo de la mano y arrastrándolo al interior de su habitación. —¿Qué haces aquí?

—    Vine a despedirme.

—    ¿Despedirte?

—    Me iré del palacio por tiempo indefinido.

—    ¡¿Por qué?!

—    Ambos sabemos por qué. — Deslizó suavemente su mano por la mejilla de Kagome.

—    ¿A dónde irás?

—    No lo sé. Pienso recorrer el continente entero, descubrir nuevos lugares, nueva gente. —Intentó esbozar una sonrisa.

—    No quiero que te vayas. —Suplicó sujetando ambas manos del platinado.

—    Sería muy cruel pedirme que me quede a ser testigo de tu felicidad con Sesshomaru. A diferencia de ti y mi hermano, yo no tengo obligaciones en este lugar. No era consciente de la libertad que aquello me otorgaba hasta ahora.

Ambas manos cayeron a un lado de su cuerpo y sus ojos comenzaron a brillar a causa de las lágrimas que se asomaban imparables. —No quiero que te vayas, sé que estoy siendo egoísta, pero... —Él secó con su beso la lágrima que recorría su mejilla.

—    Partiré al anochecer. —Sentenció. No cambiaría de opinión.

—    Prométeme que volveremos a vernos. Algún día, cuando sea, cuando menos lo espere aparecerás galopando por el horizonte.

—    Lo prometo. —El silencio venció las palabras. Ella cerró sus ojos con tristeza mientras él la abrazaba con fuerza contra su pecho. Quería desesperadamente besar sus labios antes de irse, pero sabía que eso haría mucho más difícil decir adiós. Acarició su suave cabello y aspiró una última vez el aroma a jazmines. Finalmente se dio la vuelta dejándola inmóvil en medio de su habitación.

(...)

Consejo de Guerra del Oeste.

—    ¿E Inuyasha donde está? —Interrogó Inu no Taisho a todos los presentes, incluido su heredero.

—    No logré encontrarlo en el palacio. Los sirvientes creen que bajó a la taberna del pueblo.  —Justificó Sesshomaru.

—    Debiste ir por él. —Sentenció severo.

—    No soy su niñera. —La sorpresiva tensión entre los hermanos llamó la atención de varios de los presentes.

—    Envía a alguien por Inuyasha. —Le ordenó a un lacayo. —Demos comienzo, yo mismo lo pondré al tanto luego.

(...)

Reino del Norte.

Bankotsu se alistaba para dirigir las tropas. Sabían que los espías del Oeste ya habían informado de la movilización. La estrategia era simple: ser veloz y sigiloso. Capturarían a los reyes del Este luego de su desembarco esa misma noche y simultáneamente se infiltrarían al Oeste. Al amanecer atacarían desde un doble frente; al interior, desangrando sus defensas e imposibilitando un contrataque y desde el exterior sitiando la ciudad. La idea de matar al rey y a toda la familia real mientras dormían era aburrida pero sumamente tentadora. El éxtasis recorría cada fibra de su piel. El Oeste caería tan deprisa y sorpresivamente que jamás vería el filo de la daga que cortaría su garganta.

(...)

Inuyasha empacó lo indispensable para su largo viaje. Comida, ropa de abrigo, monedas de oro y su espada. No le había informado a nadie de su partida, ni siquiera a su propio padre. Les enviaría una carta una vez que estuviera lo suficientemente lejos, eso evitaría cualquier intento de persuadirlo. No necesitaba que nadie cuestionara sus decisiones, era libre de hacer lo que quisiera.

Inhaló el aire frío de la noche, el viento movía incesantemente las copas de los árboles. Se colocó un abrigo negro con capucha que cubría gran parte de su rostro y montó a caballo. Dio un último vistazo a la torre donde estaba la habitación de Kagome, por un segundo creyó haber visto su silueta a través de la ventana, pero se convenció de que había sido su imaginación. Tensó las riendas del imponente animal y se alejó del lugar que durante tantos años había intentado convertir en su hogar.

Continuará...

Amor en Tiempos de GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora