Capítulo 31

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POV. Kagome

¿Las mañanas fueron siempre así de cálidas? Últimamente me lo pregunto mucho. Abro los ojos y lo primero que veo al despertar es tu plateado cabello revuelto en la almohada. Solo queda el recuerdo del color negro que ocultó durante un tiempo tu rasgo más distintivo.

Enredo mis dedos entre las suaves hebras y despiertas. Me miras y sonríes. Yo te devuelvo la sonrisa y te acercas para besarme. Te atrapo entre mis brazos, me escondes entre tu pecho.

Un suspiro repetitivo, seguido de un —Buen día, Reina— susurrado en mi oído.

Cierro los ojos disfrutando de la felicidad de ese pequeño gesto. ¿Puedo tener este momento para siempre?

Me pierdo en el dorado de tus ojos. Me sumerjo en un océano de preguntas y miedos. Entonces parpadeas y presionas levemente mi mano. Como si supieras que estoy pensando, como si me pidieras regresar a tierra firme. 

Tiemblo ante la idea de una felicidad que parece tan frágil. Me pregunto si aún me guardas rencor por haberte abandonado. ¿Me has perdonado? ¿O solo me has convencido de que fue así?

Este amor es un arma de doble filo. Justo entre lo que das y lo que doy. Entre lo que eres y lo que soy. Cuanto más profundo, más aterrador.

Si me abrazas, te abrazaré, si me besas, te besaré, si me amas, te amaré. Pero si me lastimas, te lastimaré.

Una ilusión que se rompe solo puede ser reemplazada por la más cruda realidad. Al igual que el cristal cuando se hace pedazos, podríamos cortar nuestras manos intentando reparar los fragmentos, pero nunca será igual.  Un ave sin alas, no volverá a volar.

No me lastimes.

Eres la única persona a la que le entrego ese poder con la absoluta certeza de que no lo usará.

No lo hagas.

No elijas ese camino. Porque entonces, y sólo entonces, habremos pasado un punto de no retorno. Esta es mi advertencia.

Si estás dispuesto a matar, también debes estar dispuesto a morir. Lo estoy arriesgando todo. Apostando todo a ti, sabiendo que existe la posibilidad de perderlo todo en la misma medida.

(...)

Han pasado algunos meses. El persistente frío del invierno desaparece y la estación se vuelve poco a poco más agradable.

Te veo levantarte y dirigirte a la ducha. Te sigo con la mirada inspeccionando cada curva de tu espalda y cintura. Mío, todo mío. Cierro los ojos y me dejo caer sobre el edredón. No quiero, pero finalmente me alejo de la comodidad de nuestra cama.

Sales del baño con una toalla envuelta en tu cintura y el cabello goteando, justo en el momento que necesito que me ayudes con los botones en la espalda de mi vestido. Te acercas sonriendo, esperando que salte sobre ti como la noche anterior, pero permanezco en mi lugar.

Mueves mi cabello hacia un lado y prendes uno a uno los botones. Tus manos son cálidas, el tacto delicado. Cuando terminas, dejas un beso sobre mi cuello. Me doy la vuelta, te sonrío y te inclinas para besarme. Por un segundo corro el riesgo de perderme en tus labios, pero retrocedo y me alejo hacia la escalera.

Mi buen humor desaparece cuando la veo de pie junto a la puerta principal luciendo su bonito vestido y cargando una cesta de hierbas. Me sonríe dulcemente y hago mi mayor esfuerzo por disimular el nudo que se forma en mi garganta.

No es que Midoriko hiciera algo malo, su simple presencia bastaba para hacerme sentir incómoda. Son mis propias inseguridades revolviéndome las entrañas. Imaginando cosas que no son, sospechando de quien no debía. Mi simpatía muere junto a mi sonrisa.

Amor en Tiempos de GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora