Capítulo 20

467 53 9
                                    


Era primavera, el olor de las flores inundaba el ambiente con cada brisa. Kagome y Setsuna jugaban a la orilla del río, mientras Sesshomaru leía un libro debajo de la sombra de un árbol cercano. A cada instante subía la mirada para comprobar que su familia estuviera bien.

— ¡Deja eso y ven con nosotras! —le gritó Kagome con la niña en brazos. —El agua no está fría, lo juro.

Sesshomaru demoró unos minutos en decidirse. —Ojalá se ahogaran. — comentó Rin, que se hallaba acostada a un lado de él. Nadie podía verla u oírla a excepción suya. —Cállate. Por qué no desapareces de una vez por todas y nos dejas en paz. —Dijo molesto. Después de tantos meses ya había aprendido a lidiar con ella, pero seguía siendo una molestia. Dejó el libro y se dirigió al río.

— ¿Con quién hablabas? —preguntó Kagome.

— Con nadie. —La burda respuesta no la convenció, pero no quiso insistir.

Los tres pasaron el resto de la tarde jugando con Suna (N/A: lo usaré como diminutivo de Setsuna) en el río. La niña había comenzado a dar sus primeros pasos y ya balbuceaba algunas palabras.

— Tenla un segundo, iré por unas toallas. —Kagome le entregó la niña a Sesshomaru unos momentos mientras salía del río para buscar algo con que secarla.

El platinado comenzó a hacer morisquetas para que ella riera. Tenía una risa realmente encantadora. Sin embargo, su júbilo fue breve. Su mayor pesadilla se apareció nuevamente junto a él. — Sumérgela. — Susurró a su oído, mientras sus manos comenzaban a descender hacia el agua por motu propio. —¡¿Qué haces?! —gritó desesperado. —¿Yo? Mejor dicho, qué haces tú, cariño. Son tus manos las que sostienen esa "cosa".

— ¡Sessh! —Gritó Kagome detrás de él. —¿Qué estás haciendo? —interrogó con miedo al darse cuenta que Sesshomaru estaba a punto de sumergir a la niña por completo debajo del agua mientras ella lloraba sin parar. —¡Dámela! —Se la arrebató de los brazos.

— Lo siento.

— ¿En qué estabas pensando?¿Qué sucede contigo? Por el amor de Dios. —sujetó a Setsuna y salió del río.

— Kagome...yo...

— ¡No! No quiero oír tus excusas. Sé que algo te sucede y que no quieres contarme. Intenté respetar tu espacio, no avasallarte con preguntas de algo que es obvio de lo que no quieres hablar, pero si vas a poner en peligro a nuestra hija deberé hacer algo al respecto.

— Yo... lo siento. —dijo arrepentido.

— Será mejor que esta noche duermas en casa de Hoyo. —no fue una sugerencia.

(...)

Con el pasar de los meses los levantamientos aumentaron en el continente. Inuyasha había generado una inestabilidad crónica en el Imperio de Naraku. Las victorias en las zonas periféricas pusieron en sus manos importantes recursos en forma de tierras y tesoros que utilizó para recompensar generosamente a sus seguidores. Lo que comenzó como una simple revuelta se había convertido en la chispa de un incendio abrazador. Inclusive los antiguos soldados del Norte desertaron del ejército Imperial para unirse a la cruzada de Inuyasha. La muerte de Kikyo y los niños había calado profundo en la memoria de los norteños. La vergüenza de no haber hecho nada por salvarlos fue un importante movilizador para aquellos hombres arrepentidos.

Las primeras campañas tomaron por sorpresa al "Unificador", que no logró organizar una contraofensiva a tiempo. La reconquista del Este privó al ejército de Naraku de una fuente de recursos indispensables para sostener la guerra. El Reino de los Higurashi era el principal exportador de cereales de la región, y con esa victoria Inuyasha planificó su siguiente ataque: el desembarco en costas del Reino septentrional.

(...)

— ¡Kagome! —Hoyo llegó sin aliento a la cabaña de la azabache.

— ¿Qué ocurre?

— Un grupo de hombres armados acaba de desembarcar en el pueblo. Puede tratarse de simples mercenarios, pero no podemos arriesgarnos, también podrían ser soldados de Naraku. Tus guardias te escoltarán a la parroquia junto con Suna, Sesshomaru ya está allí. Manténganse ocultos hasta que vuelva.

— De acuerdo. —Asintió sin rechistar, cogió a Setsuna en brazos, un bolso con lo indispensable y se dirigió a la parroquia. Al llegar, descendió por unas escaleras hasta un pequeño sótano. Sentado sobre la cama de aquella pequeña habitación estaba Sesshomaru. Al verlas se puso de pie, le ofreció su ayuda a Kagome, pero esta se negó. La niña dormitaba en sus brazos y cuando finalmente se durmió, la acostó con cuidado de no despertarla.

— Háblame, por favor. —suplicó con la voz entrecortada el platinado. Ella se sentó a su lado y sujetó su mano. Sesshomaru subió la mirada con esperanza por primera vez. Al hacerlo se encontró con aquella dulce mirada.

— Dime qué es lo que ocurre. No podré ayudarte si te encierras en ti mismo.

— No es fácil.

— Al menos inténtalo. — Insistió. Pasaron varios minutos antes de que pudiera articular alguna palabra.

— Veo a... —se detuvo y se corrigió. —Siento una presencia que me persigue a todos lados y me obliga a hacer cosas que no quiero. —Kagome mantuvo el semblante serio. — Ya sé cómo suena, pero no estoy loco.

— No dije que estuvieras loco, pero llevas meses sin poder dormir. A lo mejor...

— No creo que sea por eso.

— Entonces le pediremos ayuda Hoyo. Él y Midoriko pueden purificar la casa y a nosotros. Lo solucionaremos de alguna manera. — Kagome imaginó que se refería a un espíritu. Era una devota creyente del más allá. Intentó reconfortarlo regalándole una sonrisa, pero el platinado parecía perdido en sus propios pensamientos.

A la madrugada del día siguiente Hoyo les comunicó que los forasteros se habían ido del pueblo y todos respiraron aliviados.

En las semanas siguientes purificaron la casa como habían acordado, y Midoriko preparó una infusión de hierbas que le permitió al platinado disipar sus pesadillas y dormir plácidamente por las noches. Por primera vez en mucho tiempo fue capaz de descansar. Aunque inicialmente fue escéptico, debía reconocer que había funcionado. No volvió a escuchar o ver a Rin. Con el problema aparentemente resuelto, se enfocaron en el bautizo de Suna y el festejo de su primer cumpleaños.

Hoyo por su parte, prefirió guardar reserva respecto a las convulsiones internas del Imperio. Le faltaba información para dilucidar el panorama completo de lo que sucedía, pero una cosa era evidente, el poder y la autoridad de Naraku estaban siendo cuestionados por un formidable oponente de identidad desconocida. Ansiaba conocer al hombre que fue capaz de debilitar el Imperio del dictador sureño en un abrir y cerrar de ojos.

Continuará...

Aclaración: Sesshomaru padece alucinaciones debido al trauma del encierro y a la culpa de haber asesinado a Rin y al hijo que ella esperaba. Sin embargo, al no existir la medicina moderna en esta época, los personajes recurren a explicaciones sobrenaturales para darle sentido a sus vivencias.

Amor en Tiempos de GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora