Capítulo 9

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Hubiera distinguido su hermosa silueta donde fuera. Era la primera vez en mucho tiempo que volvía a verla recorriendo los jardines. Su deslumbrante sonrisa brillaba más que el sol. Tuvo la intención de llamar su atención, pero fue interceptado por Irasue antes.

— Bastardo...—pronunció con asco, mientras se abanicaba.

— Su majestad. —Se inclinó Inuyasha haciendo una reverencia con fastidio.

— ¿Aun no lo entiendes? —Interrogó con cierto tono de ironía en la voz. —Déjame explicarte como serán las cosas a partir de ahora. Tu futuro rey se casará pronto, eso significa que debes mantenerte alejado de ella por tú bien y el suyo.

— ¿Es una amenaza?

— Por supuesto. No permitiré que arruines este matrimonio mocoso ingrato. Pero, además, solo mírala. —Ambos siguieron con la mirada a Kagome. —Está radiante. —Dejó escapar una suave risita. —Hay pocas razones por las cuales una mujer deslumbra tanta belleza por la mañana. Irasue volvió a dirigir su mirada a Inuyasha. —Si realmente respetas tanto a Sesshomaru como él cree...te harás a un lado.

El platinado no pronunció palabra alguna. Jamás había tenido en cuenta las palabras de Irasue, pero esta vez sintió que no podía simplemente ignorarlas. Mientras la arpía se alejaba de él por el mismo camino en el que había llegado, volvió a dirigir una última mirada a Kagome. Su cabello volaba al viento mientras ella intentaba controlarlo entre risas. Por un breve segundo sus miradas se encontraron, justo antes de dar media vuelta para irse rumbo a los establos.

 Por un breve segundo sus miradas se encontraron, justo antes de dar media vuelta para irse rumbo a los establos

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(...)

Reino del Norte.

— ¡Deja de llorar Rin! —La regañó ferozmente su madre. La joven se hallaba hecha un paño de lágrimas sobre la cama. Desde que había vuelto del Oeste apenas había comido y ya no salía de su habitación. Kikyo le ordenó a las sirvientas abrir las cortinas y ventanas. La intensa luz cegó de inmediato a la castaña.

— Por favor... solo déjame sola. —Le suplicó cubriéndose el rostro con la sábana.

— Todas afuera. —Las sirvientas obedecieron de inmediato. Kikyo se sentó a un lado de la cama junto a su hija. —Escucha muy bien lo que voy a decirte Rin. Jamás debes darle a un hombre poder sobre ti, no le otorgues el placer de humillarte y destruir tu corazón. —Rin hizo a un lado la sábana para ver con atención el rostro de su madre. —Somos norteñas, no nos escondemos a llorar ni caminamos de rodillas.

— ¿Y entonces qué hago?

— ¡De pie! —Ordenó tendiéndole la mano para que saliera de la cama. Rin accedió. Su madre la guió hasta el tocador. —Mírate. —Ambas siluetas se dibujaban en el espejo frente a ellas. —Él no merece una lágrima más. —Rin tomó asiento y dejó que su madre comenzara a cepillar su largo cabello con delicadeza.

Amor en Tiempos de GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora