Capítulo 7

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Subió la mirada para observar por qué Inuyasha se había detenido. Lo encontró vacilante entre sus piernas. Un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando lo sintió rozando su entrada en toda su gloria. No podía permitirle robar su seguro de matrimonio. Ese mínimo segundo de cordura bastó para mover una de sus piernas hasta el pecho del platinado empujándolo fuera de la cama, lejos de ella.

—     ¿Cómo te atreves? —Cogió la sábana de la cama para cubrir su desnudez. —¡Tenemos una maldita regla! —Dijo poniéndose de pie frente él que seguía sentado en el suelo.

—     ¿Qué crees? —Se puso de pie molesto. —¿Qué soy de hielo? ¿Qué no siento nada al tenerte debajo mío?

—     Esperaba que supieras controlarte.

—     Para ti no soy más que un perro obediente que corre a tus pies cada vez que lo llamas. —Se detuvo a escasos centímetros de ella. Si no fuera por la sábana que ella sujetaba entre sus manos sus cuerpos hubieran entrado en contacto.

—     Soy la prometida de Sesshomaru.

—     Eres una hipócrita. — Se acercó a su oído. — No eres la inocente mujer que todos en este maldito castillo creen. —Le susurró sujetando una de sus manos llevándola hasta su entrepierna para que sintiera la rigidez que provocaba en él.

—     Es hora de que te vayas. —Se zafó de su agarre y se dio la vuelta para arrojarle su ropa.

—     A sus órdenes princesa —Dijo con evidente ironía. —...como siempre. —Susurró aquello último para sí mismo.

—     Será mejor que no nos veamos por un tiempo. —Sentenció sentada desde la punta de la cama mientras su mirada se perdía en un punto fijo del suelo.

Inuyasha se vistió con normalidad sin medir palabra, sujetó su espada y se fue sin mirar atrás. Minutos después la puerta volvió a abrirse. — ¡Te dije que te fueras! — Repitió Kagome furiosa por la nueva intromisión. 

—     Necesitamos hablar. —Reconoció al instante la imponente voz del príncipe del Oeste.

—     ¡Sesshomaru! —Dijo poniéndose de pie para hacer una reverencia chocando con su gélida mirada.

—     Vístete, te esperaré abajo. —Ordenó antes de salir en dirección a los jardines.

Kagome se lamentó ante semejante situación. Era más que seguro que él habría visto a Inuyasha salir de su habitación y lo peor, seguía desnuda. Suspiró dejando salir toda la presión de su pecho, ya no le interesaba, al menos ahora tendría una excusa para cancelar de una vez por todas aquel estúpido compromiso que sus padres le habían impuesto. Bajó las escaleras de la torre dispuesta a enfrentar cualquier cosa que el príncipe pudiera decirle. Un valor y un coraje que desconocía hasta el momento se apoderaron de cada fibra de su cuerpo. Lo encontró de espaldas frente a la fuente del jardín principal. La luz de la luna iluminaba aquella fantástica escena. La brisa hacía bailar el cabello del príncipe y el suyo, enredándose inquieto.

—     No me disculparé. —Sentenció viendo su ancha espalda.

—     Ambos hemos sido lo suficientemente imprudentes. —Volteó a verla. —Yo con Rin y tu con Inuyasha. Debemos decidir que haremos a partir de ahora. —Se acercó lo más posible a ella, pero sin invadir su espacio personal. —Estoy dispuesto a dejar ir a Rin si tú terminas la relación que tienes con mi hermano.

Kagome tragó en seco. La mirada de Sesshomaru era sumamente intimidante. —¿Entonces es verdad que la princesa volverá al Norte?

Asintió. — Ya está decidido. —Habría jurado que la vio sonreír levemente. —Has cambiado mucho princesa. —Sujetó entre sus manos uno de sus mechones negros como la noche. — ¿Qué te han hecho? —Sonrió.

Amor en Tiempos de GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora