Con pesar dejó atrás a la única mujer que había amado. Una extraña sensación llenó su pecho, era mucho más que enojo y coraje. No le importaba morir, siempre y cuando se llevara la cabeza de Naraku con él a la tumba. Divisó entre la multitud a su objetivo y comenzó a correr sin ser consciente de todo el peligro que lo rodeaba. Un grito desgarrador emergió de su garganta mientras tomaba por sorpresa a Naraku arrojándolo de su caballo. El animal salió disparado del campo de batalla. Una sonrisa se dibujó en los labios del sureño al ver al platinado inyectado en sangre.— ¿Vienes a matarme por herir a tu dueña? —Deslizó el dorso de su mano por su boca para limpiar el rastro de sangre. Al instante se incorporó con la espada en mano.
— No necesito un motivo para atravesar tu putrefacta garganta. —Corrió nuevamente hacia él. Ambas espadas golpearon con fuerza.
— ¿Crees que puedes ganarme muchacho? —La pelea siguió por varios minutos, la habilidad de ambos era evidente.
— No lo creo, lo sé. —La estrategia de Inuyasha había logrado poner de rodillas al sureño. Ahora el filo de su espada estaba a unos centímetros de su garganta. Inuyasha sonrió con gusto, había esperado tanto este momento. Por desgracia para el joven Taisho, antes de poder cortar el cuello de la persona responsable de su desdicha sintió una puntada en su espalda baja que lo dejó inmóvil. Ambos dirigieron la mirada a la espada que atravesaba el abdomen de Inuyasha. El General del Sur había decidido intervenir al ver a su Rey caer de rodillas. — No tienes honor. —Murmuró el platinado escupiendo sangre en el rostro de Naraku. Segundos después cayó al suelo dejando debajo de sí un charco de sangre.
La derrota fue definitiva. La mayoría de los vasallos del Este huyeron al ver la batalla perdida, otros se rindieron arrojando su espada. Los menos afortunados perdieron su vida en batalla. Naraku proclamó suya la ciudad y se izaron las banderas del Sur por toda la capital. Ahora, su imperio abarcaba cada reino conocido.
(...)
La guardia real del Este se hallaba a varios kilómetros de la ciudad. Kagome se sujetó con fuerza a la espalda de su guardia para no caer. Su pierna ya no le dolía, pero necesitaba tratamiento pronto si quería evitar que se infectara. Llegaron hasta un puerto ubicado en el extremo oriental del reino. Frente a ellos, el mar oscuro.
— ¿Atravesaremos el mar? — Interrogó la azabache preocupada. El mar oscuro estaba rodeado de leyendas terroríficas.
— Le aseguro princesa que este es el lugar más seguro que podremos encontrar. —intentó tranquilizarla su guardia.
— No sabemos qué hay del otro lado.
— Gente como nosotros, pero libres. —Interfirió Hoyo bajando de su caballo. Acababa de llegar al puerto.
— ¡Hoyo! Gracias a Dios estás vivo.
— Mi deber es asegurarme que usted se mantenga sana y salva. Hay muchas leyendas en torno a las tierras más allá del mar oscuro, pero muchas de ellas no son más que fantasías para mantener a los forasteros alejados. No hay reinos en aquellas tierras mi señora, solo ciudades gobernadas a sí mismas.
— ¿Cómo lo sabes?
— Nací allí.
Kagome no se sintió con el derecho a hacer más preguntas. Les tomó un par de minutos abordar. Mientras se alejaban de la costa la princesa fue incapaz de apartar la vista del humo que manchaba de muerte el cielo celeste. Su ciudad ardía y con ella el legado de su familia.
(...)
Tres meses después.
El pequeño contingente del Este había logrado comprar unas cuantas parcelas con la reserva de oro del Castillo y se hallaban establecidos en unas tierras lo suficientemente alejadas del peligro. Sus caballeros habían dejado sus armas y ahora vivían como simples campesinos encubiertos. Hoyo se hizo cargo de la pequeña parroquia del pueblo mientras Kagome pasaba sus días oculta en una cabaña cercana al río. Por recomendación de su única doncella había cortado y tintado su cabello de rubio a base de una efectiva infusión de miel, limón y té de manzanilla.
Con cinco meses de embarazo su vientre se hallaba lo suficientemente abultado como para pasar desapercibido. Sus hombres jamás hicieron alguna pregunta, pero los rumores de taberna señalaban a Inuyasha como el padre del niño. Después de todo, los caballeros del Este jamás conocieron a Sesshomaru, solo a su medio hermano bastardo.
Los espías de Hoyo en el continente habían confirmado la contundente derrota del Este y la muerte de Inuyasha en combate. El joven clérigo dudaba en confesarle la verdad a su princesa, ya que sabía que ella aun albergaba la esperanza de que el último descendiente de los Taisho estuviera vivo como prisionero de guerra. Y como bien anticipó, Kagome se quebró al escuchar la desoladora noticia. Aquella noche hicieron un funeral simbólico en honor a todos los fallecidos. El río se llenó de pequeñas barcas de papel con velas.
Dos meses después arribaron nuevas noticias desde el continente. Se llevaría a cabo la coronación de Naraku como Emperador en su nueva capital, el Oeste. Se hacía llamar a sí mismo "El unificador". Kagome dio un golpe en la mesa con la mano abierta, era realmente indignante no poder hacer nada. Su bebé debió sentir su malestar porque al instante comenzó a moverse robándole una sonrisa.
— ¿Y esa otra carta que dice? —Interrogó Kagome. Hoyo prefirió quemar la epístola en la chimenea antes de que ella la viera.
— No era nada relevante, rumores sinsentido.
Ella cambió de tema sin darle mayor importancia. Confiaba en su consejero. — ¿Nos queda algún aliado?
— Nadie cuestiona tu legítimo reclamo al trono Kagome, pero tampoco hay nadie dispuesto a pelear y con un ejército lo suficientemente poderoso como para derrotar a Naraku.
— Es decir que no podemos hacer mas nada que quedarnos de brazos cruzados. —Se sentó en la mecedora procurando apoyar todo el peso de su espalda en el respaldar de la silla. — ¿Y si le pedimos ayuda al gobierno de las ciudades?
— Las ciudades no se han inmiscuido en los asuntos del continente en siglos. Nada nos garantiza su ayuda, peor aún, podrían vendernos al enemigo. Son hombres codiciosos mi lady. Usted es la última descendiente de sangre real que sigue con vida. No podemos arriesgarnos.
Fue una noche amarga para la joven princesa, no solo por lo decadente de su situación, sino porque su bebé no paraba de moverse. Fue imposible dormir. Salió de la cama antes de que el sol se asomara por el horizonte y comenzó a ordenar la pequeña cabaña.
Cuando se arrodilló junto a la chimenea para recoger las cenizas se dio cuenta de que quedaban algunos fragmentos de la carta que Hoyo había quemado la noche anterior. Entre líneas identificó tres palabras claras, "Sesshomaru" "coronación" "vivo". Los ojos de Kagome se desorbitaron del asombro y su corazón comenzó a latir desenfrenado ante la posibilidad, ante la simple idea. Y si...?Continuará...
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Amor en Tiempos de Guerra
FanfictionAl cumplir 16 años Kagome fue prometida en matrimonio al hijo mayor del Reino del Oeste, Sesshomaru. Sin embargo, su indiferencia la empuja a los brazos de su hermano bastardo, quien goza de un talento singular en las artes del placer. Ahora la jove...