Capítulo 26

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Esa tarde fue particularmente cálida. Kagome quería partir lo más pronto posible hacia el Palacio, sin embargo Inuyasha le insistió en esperar hasta el atardecer. No quiso indagar en el por qué. Prefirió pasar la tarde junto a Hoyo.

La ausencia del personal de servicio llamó su atención. Ellos siempre revoloteaban a su alrededor. Se acercó a la ventana de la oficina por mera curiosidad y observó una multitud de gente reunida en la zona trasera de la finca. Frunció el ceño y se dirigió a ver qué ocurría. Hoyo la siguió.

Cuál Moisés al partir las aguas, los sirvientes se hicieron a un lado para dejarla pasar. Se acercó hasta el epicentro del evento. Se detuvo intencionalmente al lado de Miroku. Sin decir una palabra observó a los dos hermanos en medio del campo de batalla improvisado.

Ninguno llevaba ropa puesta de la cintura para arriba. Sus dorsos brillaban debido al sudor. Ambos exponían cuerpos cubiertos de cicatrices. Kagome ya conocía las de Sesshomaru, por lo que no se sorprendió, pero no se había imaginado que Inuyasha estaría peor que él.

La herida más prominente se encontraba en la parte baja de su espalda y se replicaba hacia el centro de su abdomen. Era como si una espada le hubiese atravesado el cuerpo. La azabache se preguntó si sería posible sobrevivir a una herida de tal magnitud. Inuyasha era la prueba.

— ¿No va a detenerlos? —Interrogó Miroku.

— ¿Crees que podría? —Sentenció. Luego de varios minutos hizo otra pregunta. —¿Desde hace cuánto tiempo conoces a Inuyasha?

— Poco más de un año. Él evitó que el ejército de Naraku masacrara a mi pueblo. Le estoy en deuda desde entonces... al igual que mucha gente aquí.

Las palabras no fueron inocentes. Implícitamente le estaba advirtiendo que Inuyasha contaba con aliados si algo sucedía. Kagome suspiró y concentró toda su atención en el combate que estaba a punto de empezar.

Cada uno llevaba una espada en la mano. Se mantenían a una distancia de cuatro metros. Inuyasha hizo girar la espada elegantemente mientras corregía su postura. No estaba segura de quién ganaría, pero tenía una ligera sospecha. Kagome se preguntó si debía intervenir antes de que esto se transformara en una batalla de egos.

Sesshomaru apretó con fuerza el mango y avanzó hacia Inuyasha. En un pestañeo se hallaba a centímetros del otro. Apuntó al cuello, pero la espada fue detenida sin dificultad. El sonido del acero chocando suscitó asombro entre los espectadores. La máscara inexpresiva de Sesshomaru no cambió. Una coreografía de ataques demostró la extraordinaria habilidad de ambos.

Gotas de sudor desfilaron por la cara de Sesshomaru luego de veinte minutos extenuantes. Progresivamente sus errores se hicieron más evidentes. Ambos habían entrenado juntos desde pequeños, pero la realidad era que Inuyasha había pasado los últimos años en el campo de batalla reconquistando territorios, mientras Sesshomaru, desde el exilio, se dedicaba a cosechar calabazas. Era una desventaja injusta.

Obligado a recurrir al ingenio, Sesshomaru giró sobre su eje barriendo el suelo. Como era de esperarse, el golpe en el tobillo hizo caer a Inuyasha de espalda. Sesshomaru tomó la espada con ambas manos dispuesto a atravesarle el pecho, pero el menor giró esquivando el golpe mortal, dejando que la hoja se clavara profundamente en el suelo.

Mientras Sesshomaru forcejeaba por recuperar su espada, Inuyasha se colocó estratégicamente detrás de él y lo empujó con su pie en el trasero precipitándolo al suelo. Una muestra de la cortesía recién recibida. Le dio espacio para que se incorporara nuevamente.

Inuyasha se encontraba dentro del alcance de la espada de Sesshomaru, pero se agachó antes de que ésta se acercara. La secuencia de ataques siguiente sentenció el encuentro. Un golpe limpio en la espada hizo tambalear a Sesshomaru hacia adelante, otro golpe en su pierna lo arrojó al suelo. La espada voló por el aire hasta caer a unos metros de distancia.

Amor en Tiempos de GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora