Cuarenta y nueve

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***BANNER PENDIENTE***
ERES VENENO, CONRAD HILL. 


Cuando al fin me dieron de alta, papá me llevó a comisaría para levantar una denuncia en contra de William Hill. La policía tomó los datos, les tomó fotos a las evidencias marcadas en mi cuerpo. Me sentí totalmente expuesto, lo debo admitir, pero cuando salgo de las oficinas me siento como si un peso de encima se me hubiese quitado.

Esperábamos que todo pudiera proceder. Tal parecía que William se encontraba en proceso de juicio. Solo estaba detenido, no encarcelado. Al menos, esto fue un gran paso.

Mi garganta mejoró al paso de dos días y pude hablar con más normalidad.

Retorné a clases una semana después de los exámenes finales del segundo parcial. Noviembre estaba llegando a su fin, dándole paso a un fresco diciembre. Los profesores se portaron demasiado amables conmigo, alegando que mi puntaje en los exámenes podría reponerse con proyectos.

Podría decirse que ya me estaba acostumbrando a vivir con problemas para caminar, pero andar con un par de muletas por debajo de las axilas era extremadamente cansado.

Odiaba que todos me miraran con lástima mientras caminaba por los pasillos, como si vieran a un perrito lastimado. Personas que antes se burlaban por mi cojera, ahora simplemente me lanzaban una pequeña sonrisa, que se notaba más forzada que nada, y se alejaban a gran velocidad. Lo peor era mi cara. Me era muy difícil verme en un espejo debido a las múltiples cicatrices que había en mi frente, junto a mi ojo y en la barbilla.

Pálido, flaco, ojeroso, cansado y sin ilusiones.

Pero no me quedaba de otra. Forzarme a caminar sin estas cosas era lastimar más mi lesión, justo después de haberme obligado a correr tanto hacia el parque de Santa Julia, después de haber actuado en una pesada obra de teatro donde incluso bailé, después del ataque en la pastelería. Todo eso se juntó y el dolor en mi pierna estaba peor que nunca. Yo me encontraba en la peor versión de mí mismo.

Un día caluroso y nublado, el director Yoffman me llamó a su oficina. Así que, en compañía de Adam, llegamos ante su despacho.

Yoffman me sonrió apenas entré a la estancia. Él estaba usando el mismo traje de siempre, café, demasiado limpio y liso. Me miraba fijamente detrás de su escritorio y se veía más amable que otros días.

—Buenos días, señor director —digo mientras entro a la estancia a paso lento.

—Tome asiento, señor Hill. Señor Weiner, ayúdelo, por favor.

Cuando hubo terminado de acomodarme en la silla, Adam se alejó del despacho y el director comenzó a hablar como si hubiese ensayado antes el texto:

—Los acontecimientos sucedidos en el día de la obra de teatro ameritan un castigo magistral, puesto que desobedecieron mis órdenes directas por medio de un bochornoso chantaje. Sin embargo, tal parece que muchas personas encontraron, de cierta forma, muy inspirador la forma en la que se desenvolvieron. Una protesta pacífica. Los progresistas del estado los catalogan como unos héroes.

—¿En serio? —Eso me toma desprevenido. Me acomodo un poco en el incómodo sillón frente al escritorio del director. Ya no estaba usando el collarín, pero eso no impedía que mi voz saliera un poco ronca. Aún había sutiles marcas de las heridas que me provocaron ahí las manos de William. Las muletas descansaban a un costado de mí, aparragadas contra el sillón.

Mai me había contado un poco sobre lo sucedido en la escuela y en el pueblo después de Los Locos Addams; resulta que en las noticias estuvieron hablando mucho de nosotros, que las redes sociales de todos los involucrados en la obra de teatro había estallado llenos de comentarios positivos y negativos, sus seguidores habían aumentado y eran muy conocidos, al menos en el medio estatal.

Besos Color Púrpura (En proceso de corrección)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora