Once

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El plan que Mai y Conrad armaron estaba perfectamente elaborado

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El plan que Mai y Conrad armaron estaba perfectamente elaborado. Pactamos que, después de clases, iríamos a casa de Mai a preparar los pasteles. Acordamos que el lunes se realice una asamblea durante los dos descansos del colegio para dar panfletos —mismos de los que Jennifer dijo tener listos— hablar sobre lo malo que es el machismo, la homofobia y también para regalarles una rebanada de pastel.

Así que tenemos todo un fin de semana para terminar cinco pasteles.

Sin embargo, el día después de la reunión del vagón, no pude asistir a la preparación de los pasteles pues el deber nos llamó. Conrad mandó a uno de sus empleados de la pastelería a llevar los ingredientes para los pasteles a casa de Mai mientras él y yo nos encargaríamos de llevar un pedido especial a las afueras de Hellivy.

Para ser más precisos, al Condado Blue Ocean. Un lugar lleno de mansiones y gente rica.

Conrad conducía con cara de pocos amigos. Las bocinas del automóvil estallaban con la música de Taylor Swift pese a que él dijo que no le gustaba mucho sus canciones. Pero eso no me impidió cantar a todo pulmón desde "Should've Said No" hasta "You Need to Calm Down".

—"And I was like: oh, oh, oh, ooooh" you Need to calm down..." —vitoreaba colocando mi puño ante mis labios, fingiendo que traía un micrófono.

Conrad me estaba mirando con el ceño fruncido de vez en vez.

—Adele se queda corta ante ti —exclamó Conrad casi a gritos para hacerse oír por encima de la música.

Capto su sarcasmo.

—¡Hey! —le grito ofendido mientras apago la música.—. ¿Cómo te atreves? Mi voz es angelical.

—No, tu rostro es angelical —dijo Conrad despegando la vista del frente para mirarme fijamente—, tus labios son angelicales. Y tus ojos son tan angelicales que Dios los hizo especiales solo para volverte más angelicalmente hermoso.

¿Acaso mis oídos me estaban engañando? Nunca nadie jamás en la vida me habían dicho algo tan hermoso. Una ligera y agradable presión se materializó en mi pecho. Sonrío, pero entonces Conrad exclamó:

—Lástima que Dios no te dio una voz angelical.

Ruedo los ojos y señalo al frente.

—Ojos a la carretera, orangután apestoso, que no quiero morir joven. —Conrad río un poco y yo opto por ofenderme y cruzarme de brazos—. Sé que cantar no es una cualidad más fuerte, pero me encanta. Y no me importa que mi voz suene como dos enormes pedazos de metal rozando entre sí con fuerza.

—De hecho, ese sonido chirriante sería menos doloroso que escucharte cantar —Conrad alzó una ceja y me miró de reojo como esperando ver mi reacción.

—¿Sabes? Solo estaba siendo modesto —entrecierro los ojos—. He tomado clases de canto desde pequeño. Mi profesor me dijo que tengo buena voz.

Besos Color Púrpura (En proceso de corrección)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora