Catorce

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Eran las cinco de la mañana cuando la dulce voz de mi madre me sacude levemente mientras susurra:

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Eran las cinco de la mañana cuando la dulce voz de mi madre me sacude levemente mientras susurra:

—Corazón... ya es hora, debemos irnos. Despierta, mi amor.

Me desesperezo alzando los brazos al cielo y suelto un gemido lastimero. Recuerdo vagamente que anoche mi madre me dijo que el domingo por la mañana, o sea hoy, iríamos a casa de la tía abuela de mi padre a dejarle unos encargos muy importantes.

Mi madre tiene un jardín precioso en el patio y a veces cultiva varias plantas preciosas, flores silvestres, aromáticas y esplendorosas. Su invernadero era sublime, hasta que murió y papá destruyó ese lugar de la misma forma en que su corazón quedó destruido.

Así que, con ayuda de mi padre, mi madre ha subido en la parte trasera del auto varias plantas en jarrones que ella misma había moldeado. Ése era su negocio y eso la hacía enormemente feliz.

—Voy, mamá, voy —me levanto con toda la flojera del mundo mientras la sonrisa de mi madre me envía una hermosa señal de amor incondicional.

—Gracias, cariño —me dice.

En ese momento la ignoré. No había ocultado mi descontento el día anterior cuando me dijo que pasaría mi domingo en carretera, porque la tía abuela vive a dos horas de Hellivy. Y tener que levantarme tan temprano era pecado para mí. Adoro a mi mamá, pero a veces mi mente y mis emociones me ganan. Así que, mientras me baño, la estoy odiando. Lo único que quería era dormir, dormir hasta que sea hora de levantarme para hacer los deberes.

Me visto con lo primero que encuentro y al bajar noto que mi madre ya ha preparado nuestro desayuno.

—Comeremos en el camino —mi mamá ha puesto los sandwiches en unas loncheras bastante monas. La de ella tiene flores, la mía unos dinosaurios verdes. Ella me los extiende.

—¿Y para tomar? —le pregunto agarrando las loncheras.

—Ya he metido al carro una nevera con botellas de jugo de naranja —entonces ella me abraza, un abrazo muy fuerte—. Mi vida, de verdad muchas gracias por acompañarme. No quería viajar tan lejos yo sola a esta hora de la mañana. De verdad te lo agradezco mucho.

—Sí, sí, mamá —digo con un ligero tono de molestia, no le devuelvo el abrazo—. Voy más obligado que nada. Ya, mamá, me asfixias.

En el auto mamá me viene platicando de muchas cosas, pero la verdad es que no le presto mucha atención. Ella tiende a hablar demasiado de chismes, de cosas de la casa, de su trabajo, sobre sus jarrones o sus amigas, temas que no me interesan escuchar para nada.

Me limito únicamente a responder cosas como: "¿De verdad?", "¡Ay, que mal!", "¿en serio?".

La tiro a loca, no le hago caso, pese a que en su rostro se nota la felicidad que le da ser acompañada porque, normalmente, este tipo de entregas lo hace ella sola.

Besos Color Púrpura (En proceso de corrección)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora