Cuarenta

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***BANNER PENDIENTE***

CUANDO UN TEMOR SE HACE REALIDAD 



Lo primero que vi cuando por fin abrí los ojos fue a papá. Al parecer, pidió unos días libres en su trabajo para poder estar pendiente de mí en lo que trataban mis heridas en el hospital.

Los golpes me dolían, todo mi cuerpo se sentía como un enorme moretón. Mi torso me lanzaba terribles punzadas de dolor, hasta respirar se convirtió en una agonía espantosa. Papá me contó que lo que Conrad y yo vivimos fue un crimen de odio.

—Él está bien —añadió rápidamente mi padre antes de que yo preguntara—. Supo ocuparse muy bien de esos mal nacidos. Resultó bueno para los puñetazos. Logró quitártelos de encima antes de que... bueno, de que la situación pasara a mayor tamaño. Paco estuvo aquí, sin embargo, tuvo que irse dado a que tenía que dar declaración ante la policía y creo que uno de los ladrones lo demandó porque el Paco usó la cabeza de ese animal para atravesar la ventana de un automóvil. Hazme el bendito favor, un criminal contra demandando. En fin, dudo que la contra demanda proceda, debido a que todo se hizo en defensa propia.

También me contó que Mai vino, junto con Adam, hace unas horas, pero por motivos escolares no pudieron quedarse más tiempo. Fue entonces cuando caí en la cuenta de mi situación y lo que eso podría generar en mi papel dentro de la obra de teatro. No tenía que mirarme a un espejo para darme cuenta de lo mal que me encontraba físicamente.

Entonces, recordé la patada que le dieron a mi pierna y todo se transfiguró a un horror demencial. No quise preguntar, tampoco quise mover mi pierna por el temor a dos cosas:

Sentir un dolor horrible o, en el peor de los casos, no poder moverla.

Recuerdo el dolor cuando recibí la patada en mi lesión como pulsaciones espantosas, espasmos agudos y agrietados, abriéndose paso entre cada uno de los tendones y músculos dañados de la zona. Me limité únicamente a bajar la mirada.

Me encontraba en una habitación del hospital de Hellivy. Llevaba aquí, aproximadamente, unas 48 horas. Ya era lunes. Me había perdido el ensayo de hoy.

—¿Cómo está Mike? —pregunté abruptamente.

Papá me dijo que Marcus lo estaba cuidando en lo que él estaba aquí conmigo ya que no quería arriesgarse a traer al niño al hospital. Me sentí muy mal por él, estar a solas con el imbécil de Marcus era el peor martirio que podía existir en el mundo.

—Debo volver al trabajo en una hora —repuso papá—. Mai vendrá, me lo ha prometido y se quedará un tiempo contigo, es una niña muy dulce. Yo volveré tarde, pero Alex me ha prometido que te iba a cuidar.

—¿Alex está aquí?

—¿De qué te sorprendes? Él te atendió apenas llegaste aquí. Creo que tenía un paciente asignado y, para poder estar contigo, se lo transfirió a alguien más.

Papá se despidió de mí con un beso en la frente. Y me quedé solo.

Tenía una aguja clavada en la muñeca, un tubo de plástico me abastecía de suero y me quedé un buen rato mirando el suave gotero que se generaba bajo la bolsa. Mis pensamientos me jugaban chueco, no podía evitar pensar en lo peor y en el miedo creciente de tener que usar muletas o, lo que era mucho peor, unas sillas de ruedas. Pude sentir el temor agolpándose con furia en la garganta y sentí ganas de llorar. Me dio mucho coraje. Todo este mal, ¿por qué? Por culpa de unos asquerosos homofóbicos de porquería.

Besos Color Púrpura (En proceso de corrección)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora