Siete

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Estoy un poco risueño, lo debo admitir

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Estoy un poco risueño, lo debo admitir. Tampoco como para llegar al extremo de verme a mí mismo dando saltitos en un campo floreado y repitiendo el nombre de ese chico con una canción melosa, pero es que desde que se fue no he podido dejar de pensar en él.

Me doy una ducha, el agua fresca fue muy bien recibida por mi cuerpo. Me pongo un pijama —con estampados pequeños de los personajes de Winnie the Pooh, ¡no me juzguen— y bajo nuevamente para dirigirme a la cocina por algo de comer. Sin embargo, noto que mi hermano menor se encuentra en la mesa del viejo comedor de mamá, escribiendo en una libreta.

—¿Haces tú tarea? —le pregunto a Michael, pongo una mano en su cabeza para sacudir su cabello.

—Sí —me responde.

Estudio a mi alrededor y noto algo que me enojó bastante. Sí, mi hermano está aquí para cuidarnos y estoy seguro de que papá dijo que limpiar la casa entraba en el contrato. Pero el mueble de trastes de lujo está un poco empolvado, no sé si las platas de las macetas han sido regadas y los recuadros de la pared están un poco chuecos.

En ese momento, Marcus baja las escaleras con rapidez. Me miró y sus cejas se alzaron.

—¿Que no sales a la una de la tarde de clases? —dijo mi hermano en un tono grave—. ¿Tuviste un atraso de cuatro horas?

—¿Me darás un sermón? ¿Precisamente tú? —me pongo altanero.

Marcus debe de saber que no es nadie para recriminarme el hecho de llegar tarde a casa. Hace unos años, cuando todavía vivía con nosotros, Marcus optaba por desaparecerse por horas, incluso por noches completas. Aún recuerdo a mi madre, sentada en la sala con los ojos rojos y muriéndose de sueño esperando a que su primogénito llegara.

Y sí, siempre llegaba. Pero por ahí de las ocho o nueve de la mañana, ahogado en alcohol.

Por cosas como esas es que lo desprecio tanto.

—La verdad, me importa un carajo lo que hagas —dice Marcus—. Mañana sí voy por ti a clases, papá me dijo que tienes cita con el médico.

—¿Estás seguro que llegarás? —le pregunto haciéndole una mueca. Él odia las muecas.

Pero no me responde, comienza a caminar y se interna en la cocina. Michael alza su cabecita y mueve los labios diciendo:

"PAPÁ LO OBLIGÓ A LLEVARTE, SÍ TE LLEVARÁ O SINO LE QUITARÁN PARTE DEL DINERO QUE LE PAGA"

Es una bendición que mi hermano menor y yo hayamos aprendido a leer los labios. Es algo que hacemos desde hace mucho cuando no queremos que otras personas escuchen nuestra conversación. Es un método infalible.

A veces, cuando mamá nos llevaba a misa los domingos, mi hermanito y yo platicábamos de esta manera, porque, después de todo, ¿quién se divierte en una iglesia?

Besos Color Púrpura (En proceso de corrección)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora