Treinta

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Mi papá me lanzó una de sus miradas asesinas cuando le pedí permiso para salir esa noche

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Mi papá me lanzó una de sus miradas asesinas cuando le pedí permiso para salir esa noche. Aunque cabe mencionar que fue un mensaje de texto lo que me recordó que había quedado con Lex para vernos esta noche.

Gracias al cielo que mi papá aceptó después de todo.

Todo estaba pintando de maravilla. Según él, le estaba yendo muy bien en el trabajo, tanto que le han subido de puesto. Y lo que era mejor, ahora tendría más tiempo para estar con nosotros. Eso era un alivio, pues me quitaba el peso de estar pendiente de mi hermano menor y la preocupación por dejarlo solo con el zopenco de Marcus.

—¿Eso quiere decir que Marcus se irá? —le pregunté a mi papá con un brillo de esperanza en la mirada.

Con papá aquí, la peste debe irse. Sus servicios ya no iban a ser requeridos.

—De hecho, todo lo contrario. Él ya me demostró que ha cambiado y me pidió que le permita quedarse en casa un tiempo. Y accedí. Se quedará con nosotros.

—¿Qué? ¿Pero por qué? —exclamé con los ojos abiertos—, ¿No que estaba viviendo con su novia? Debería regresar con ella, no puede dejarla sola más tiempo...

—Hijo, no reniegues o tu permiso para salir se pondrá en peligro.

Y ya no le dije nada más. La decisión estaba tomada así que tuve que resignarme.

Me di una ducha. Tardé mucho en decidir un atuendo adecuado. Al final, me decidí por una camisa de manga larga color morado oscuro y un pantalón de mezclilla negro. Me pasé casi media hora peinándome ante el espejo de mi habitación buscando un peinado nuevo. Al final me rendí y opté por usar el mismo de siempre.

Alexander llegó por mí más rápido de lo que pensé. Y me sorprendió ver un auto sumamente viejo ante la entrada de mi casa. La pintura estaba oxidada y el motor rugía como el diablo.

Lex me miró con una amplia sonrisa y viró su rostro hacia el auto.

—En realidad no es mío —dijo con un gesto a modo de disculpa—. No creí que fuera seguro andar en autobús después de todas las cosas que me han contado que pasan en este pueblo. Un amigo del hospital me lo ha prestado. Te juro que estoy ahorrando para comprarme un carro decente.

—No, está perfecto —le respondí con una amplia sonrisa, me pareció bastante tierno.

Él estaba usando una chamarra gruesa y unos vaqueros rotos por la rodilla. Se veía más guapo que nunca, mucho más a como lo recordaba en las cabañas. Me dio un fuerte abrazo y el aroma de su colonia estalló con furia contra mis fosas nasales. Sospecho que se vació todo el frasco encima sin querer.

Cuando nos subimos al auto, me sorprendió que en el interior estuviera caliente. La calefacción estaba encendida y en el carro navegaba un ligero olor a gasolina, estigma de que era un carro muy pero que muy viejo. Él había soltado un suspiro de alivio cuando cerró su puerta.

Besos Color Púrpura (En proceso de corrección)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora