Treinta y nueve

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**BANNER PENDIENTE**

MALA NOCHE 


El restaurante era amplio, con luces blancas repartidas por los techos en medio de farolas echas de madera. La vegetación mostrada fuera del establecimiento también era muy presente en su interior, sin embargo, tengo la noción de que la mayoría son falsas de seguro solo por higiene. Hay hombres y mujeres de negocios en algunas partes, y en otras familias repletas de adultos que conviven, quizá, durante alguna fiesta de cumpleaños ya que me vengo enterando que el lugar ofrece un veinticinco por ciento de descuento a toda la mesa de un cumpleañero.

Aunque, dado a los precios que logro observar en el menú, el descuento no es nada en comparación a los números exorbitantes que exige cada platillo como pago. Todo está tan caro. Trato de no mostrarme sorprendido por los precios y finjo que le entiendo a los nombres de esos extraños platillos. De pronto, el hambre se me quitó.

Agradecía que existiera un bufet de aperitivos, aunque en este momento, se encontraba cerrado.

Estábamos todos en una mesa circular. La mesera nos había traído bebidas. A mi padre, Marcus y Conrad les trajeron una copa repleta de vino. Quisieron darme una a mí, pero mi papá no lo permitió. También cabe resaltar que mi hermanito es el único niño del restaurante. Él estaba aburrido, sentado junto a mí mientras jugaba con unos pequeños carritos de juguete sobre la mesa. Del otro lado mío estaba Conrad, quien escuchaba atentamente a mi padre hablar sobre su trabajo.

—El turismo de Los Ángeles es abundante, la demanda crece día con día y es el trabajo de las agencias de viaje acaparar el mayor número de turistas en sus negocios —iba explicando con emoción. La mesera regresó un rato después con un vaso repleto de ginger-ale para mí—. No saben lo divertido que es crear paquetes turísticos repletos de los servicios necesarios para satisfacer a toda una familia. Aunque debo admitir que algunos llegan a ser muy quisquillosos y piden cambios en el paquete verdaderamente extraños. —De pronto, mi padre cambió el tema abruptamente—: ¿qué edad tienes, Conrad? No te ves menor de edad, además veo que tomas ese vino sin culpa alguna. ¿Sabes que mi hijo es menor de edad?

Conrad justo en ese momento le estaba dando un sorbo a su bebida. Pude notar que fingió no haberse atragantado después de escuchar la pregunta.

—Tengo veinte años —respondió de inmediato, aclarándose un poco la garganta—. Y entiendo perfectamente que a Harry le faltan algunos meses para cumplir la mayoría de edad. Pero tenga por seguro, señor Jensen, que respeto a su hijo por completo.

—Oh, bueno... se ve que eres un chico muy derecho —luego entrecerró un poco la mirada—. Aunque todavía no se me olvida la escenita que montaron frente a mi casa.

—Papá —exclamé en un susurro. Él me miró y soltó una carcajada.

—No, ya. Son pareja, creo que es normal que se besen —continuó mi papá.

—Lo es —respondió mi hermano menor. Al parecer estaba muy pendiente de la plática pese a estar jugando con sus carritos—. Es completamente normal.

Mike alzó la mirada y miró hacia la derecha, luego volvió a enfocar su atención en los carritos. Él estaba pendiente de que abrieran el bufet. Yo también estaba esperando que lo hicieran.

—Sigamos hablando de negocios, ¿no? —exclamó Marcus de pronto, mantenía la copa de vino medio llena en su mano derecha—. ¿Cómo va el tuyo, Conrad? ¿Will y tú lo siguen manejando tan bien como hace unos años? Créeme que ya me he replanteado regresar a trabajar con ustedes. Ganaba una fortuna.

Besos Color Púrpura (En proceso de corrección)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora