Capítulo Especial

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Es posible que muchos se estén preguntando cómo es que mi actitud cambió demasiado hacia las minorías escolares de un tiempo para otro

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Es posible que muchos se estén preguntando cómo es que mi actitud cambió demasiado hacia las minorías escolares de un tiempo para otro. Por qué, de pronto, soy una persona tolerable, abierta, tal vez no sencilla pero mucho más amable. Bien, todos conocen una pequeña parte de mi historia, pero no el fondo de ella.

Soy yo. Cindy Crawford, la chica más fabulosa del colegio. Popular, rubia, con curvas preciosas y tengo al novio más guapo de todo el colegio, el capitán de un equipo deportivo y el atleta más prometedor de todo el pueblo. Me tildan de homofóbica, de misógina, racista, básica, machista y, lo que es peor de todo, es que todo lo que dicen es verdad.

Lo admito. Toda esa descripción cae perfectamente en mi verdadera persona. Pero estoy cambiando, de verdad que sí.

Todo fue gracias a ese estúpido chino. Oh, perdón. Ya no debo ser racista. De él, de Adam Weiner.

Siempre me catalogué como un asco de persona. No podía evitarlo, soy el claro espejo de lo que mis padres son y lo que mis amigos quieren ver. Lo que debo ser. Me creo más que la minoría, aunque en realidad soy igual que todos ellos a los que he juzgado, insultado y despreciado. Incluso, menos pues ellos son más humanos que yo.

Adam, el chico flema, el dulce muchacho de ojos rasgados. Solo quiero que sepas que ya no soy la misma chica de antes. Tus palabras en aquel Uber hicieron reevaluar lo que soy y lo que aparento. Me he desquitado de mis traumas hacia personas que no se tenían la culpa. Digo, ¿qué culpa se tiene el cojo por ser abusada continuamente por mi novio? Es que... Dios, detesto a los hombres. Detesto la homosexualidad.

Y todo es gracias a mi padre.

Dos días después de regresar en el Uber con Adam, decidí sincerarme con mamá. Tal vez culpo a lo abatida que me encontraba por la desaparición de Mónica y por mirar cómo mi novio se iba a follar al cojo sin importarle que yo estuviera ahí, apreciando con asco su horrible violencia. Me armé de valor para acercarme a ella.

Eran las cinco de la tarde, la hora del té. Ella se sentaba ante el enorme ventanal de la sala que daba al jardín de flores de la terraza. Madre estaba sentada ante una mesita, con una humeante taza de té de manzanilla y un libro entre manos. Mamá siempre está arreglada, con vestidos pegaditos, bien maquillada, perfumada y hermosa; exige que yo siempre me vea así. Pero, esta tarde, yo no lo deseaba. No me había quitado el pijama desde la mañana.

—Mamá —le llamé acercándome a la mesa—, ¿puedo hablar contigo?

Ella alzó la mirada, por encima de las gafas que le llegaban casi a la punta de la nariz.

—Cindy Crawford, ¿qué son esas fachas? —la cara de asco de mamá era muy palpable—, son las cinco de la tarde. Hazme el favor de ponerte algo más decente.

—Esto es importante... —intenté decir, pero el grito de mamá me acalló.

—¡Cámbiate primero y luego ven a hablar conmigo! Una señorita decente no se viste de esa manera pasado el mediodía. No quiero ni mirarte... esa cara, te hace falta rubor para aniquilar esa asquerosa palidez.

Besos Color Púrpura (En proceso de corrección)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora