Capítulo 3

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Llamé a la puerta de su habitación con los nudillos. Sabía que Eli podía ser muy cabezota e imposible cuando se enfadaba, pero en aquella ocasión tenía todo el derecho del mundo al haberlo hecho. No iba a negar que en este momento me sentía fatal porque hubiese terminado obviando algo tan importante para ella, pero también para mí.

Apoyé mi frente contra la puerta y volví a llamar esperando que diese alguna señal de vida. Sabía que no se había acostado porque no era de esas personas que regresaban a la cama una vez se habían despertado. Así que sabía que todo requería paciencia, mucha paciencia. La alegría de la noche anterior había desaparecido de un manotazo al darme de bruces con esa realidad.

—Eli, por favor, hable. Deja que hablemos —pedí a sabiendas que no tendría porqué estar escuchándome.

Cerré los ojos y suspiré profundamente.

—Perdóname. Sé que he metido la pata y mucho. Yo... —El sonido de la puerta hizo que me separase para mirarla a los ojos—. Eli...

—Te olvidaste por completo. Ni tan siquiera me importó que tuvieses una cita ese día porque pensaba que en algún momento ibas a darte cuenta, pero no... —dijo furiosa dispuesta a cerrarme la puerta en las narices de nuevo, pero la paré; por suerte era más fuerte que ella.

—No. No es cierto —Ella enarcó una ceja—. Vale, sí, me olvidé de felicitarte y me olvidé de decirte algo, pero no es cierto que me haya olvidado de tu cumpleaños del todo.

—¿Ah no? ¿Y qué te lo recordó? —Se cruzó de brazos con la típica postura que indicaba que estaba perdiendo la batalla. Eso requería un golpe de efecto.

—¿Cómo voy a olvidarme del todo? ¡Tengo tu regalo desde hace seis semanas! —repliqué corriendo hacia mi propia habitación porque sabía su reacción. Iba a poner los ojos en blanco con expresión de: «No me cuentes tonterías».

Abrí mi armario y saqué el paquete de su interior para ponerle la caja envuelta delante de las narices. Sorpendida, miró el paquete de reojo y después lo cogió de mala leche como si eso no fuese a conseguir que se le pasase el enfado. Se sentó en la cama y arrancó el papel con los dedos antes de abrir la caja conmigo como único testigo de ese sacrilegio al papel de regalo. Sabía que lo estaba haciendo a propósito porque me ponía enfermo cuando se destrozaba el papel que podía usarse en otro momento. Era un asesinato con alevosía y dedicatoria para mí.

—Que sepas que sea lo que sea no va a... —Entonces lo sacó. Sacó del interior de la caja un peluche, ese peluche—. ¿Bobby?

Recordaba conocerla siempre pegada a su peluche favorito, Bobby. Un pequeño tigre que todo el mundo aseguraba que era feo como un demonio y que a mí no me había gustado tampoco, pero que con el paso del tiempo había aprendido a querer como había querido a Eli como mi mejor amiga. Iban juntos en paquete allá donde fuésemos hasta que su padre, por error, lo lavó y lo tiró porque se había estropeado a la vez que la lavadora. Era como si se hubiese descompuesto por alguna razón; pero a ella le contaron, siendo niña, que Bobby se había hecho mayor y se había marchado para tener su vida, algo que la había marcado para siempre. Había sido su primer abandono.

—¿Dónde...?

—Llevo años buscándolo por internet —expliqué con una sonrisa y me puse de cuclillas delante de ella para acariciar el pelaje—. Una mujer lo puso a la venta hace tres meses desde Australia y ha tardado la vida un hombre en llegar, pero al menos lo ha hecho. Pensé que te gustaría volver a tener a Bobby contigo. —Me encogí de hombros fijando mis ojos en los contrarios.

Eli no mostraba ninguna emoción. Tan solo miraba al peluche y alternativamente me miraba. Se debatía en silencio, contemplándonos como si no supiese la decisión que tomar, pero finalmente se tiró sobre mí y comenzó a llenarme las mejillas de besos riendo como si fuese esa niña pequeña de parvulario una vez más. La atrapé, pero la fuerza que había usado me había desestabilizado y ambos acabamos en el suelo riendo.

The good boyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora