Capítulo 33

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Cuando abrí la puerta noté que los nervios me atenazaban el estómago. Me sentía extraño, igual que un adolescente, igual que cuando uno debía mostrarle a alguien importante su secreto más oscuro. Quizá era precisamente eso, que ella era importante, no era cualquier persona.

—¡Ven, Eli, ven! Así te enseño mi habitación.

Eli me miró como buscando permiso y le hice un gesto para que supiese que estaba en su casa. Cerré la puerta detrás de los dos. Me tomé mi tiempo escuchando cómo mi hijo le indicaba dónde estaba su habitación y dónde sus juguetes favoritos nombrándole uno a uno aquellos que para él eran más importantes.

Fui tras ellos y puse la mochila al lado de la puerta de su cuerpo, dentro del mismo. Eli parecía una extraña allí, rodeada de dibujos del espacio. Mi hijo era un admirador de todos los cohetes habidos y por haber, de los planetas, de las estrellas, por lo que le había mandado pintar el dormitorio con un diseño que habíamos ideado entre ambos, él por un dibujo que me había regalado en mis visitas al orfanato y yo, después sacando sus ideas del papel para idear lo mejor posible una habitación para niños asesorándome con algunos diseñadores de interiores.

—Después de que le enseñes todo a Eli, no te olvides que tienes que hacer los deberes, campeón. Nada de olvidarse —le recordé señalándole con uno de mis dedos como una amenaza latente.

Resopló, pero terminó aceptando bajo la divertida mirada de Eli. Les dejé solos después para poner a lavar las zapatillas y la ropa que había tenido que cambiarle porque siempre acababa llena de color verde, un horrible color césped que era imposible de quitar si uno esperaba mucho más tiempo.

Con la lavadora en marcha, me quité la corbata y también la chaqueta. Lo coloqué en mi habitación. Con el nudo hecho, siempre, sin terminar de deshacerlo porque tenía problemas aún para lograr terminarlo bien y con rapidez cuando iba deprisa, la colgué en su lugar y me quité la camisa mirando hacia la ventana.

Abrí la puerta del armario y saqué algo de ropa para estar más cómodo. Me quité los zapatos y cuando iba a ponerme la camiseta, la voz de Eli me hizo darme la vuelta.

—Perdón, perdón yo...

—No te preocupes —dije cubriéndome pronto el pecho con la camiseta—. Tampoco es como si no lo hubieses visto ya.

Ella se rio sonrojándose.

—Te dejo vestirte. Solo era que Feli quiere algo de merienda.

—Ahora se la hago.

Me quité el pantalón y me puse el del chándal, pero una parte de mí mismo añoraba que ella volviese a entrar allí como ya había hecho en muchas ocasiones. Cuando éramos amigos tan solo porque no nos importaban prácticamente las vergüenzas del otro, cuando habíamos sido amantes porque tentarnos había sido algo demasiado especial como para dejarlo pasar.

Intenté dejar a un lado mis pensamientos porque si volvía a centrarme en mis recuerdos de Eli desnuda sería algo muy incómodo cuando tuviese que volver a verla o mi hijo estuviese delante.

—Tienes una casa preciosa —aseguró Eli mientras cortaba el pan que había puesto a descongelar. Solía comprar pan cuando tenía más tiempo, los fines de semana y me hacía con barras suficientes para toda la semana. Las congelaba y al descongelarlas estaban tan deliciosas como el pan recién hecho—. Me gusta la habitación de Feli.

—Gracias. No es un apartamento enorme, pero suficiente para los dos.

—Es un sitio muy bonito, Jeff —aseguró inclinándose sobre la encimera de la cocina.

The good boyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora