Capítulo 28

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Cinco años más tarde.

Aquel parque era un lugar al que solía acudir a menudo. Llevaba un año y medio sin poder ir a trabajar, así que veía a los niños entrar en el colegio cercano o jugar cuando salían de él. Había una pareja de niños que me recordaba a Eli a mí cuando teníamos su edad. Les había adorado en secreto y había intentando que él, solo con mirarme, entendiese que no debía dejar marchar a esa niña cuando fuese lo bastante mayor.

Tragué con cierta dificultad y envolviendo las cadenas con mis dedos, me obligué a balancearme un poco más. No tenía ánimos de regresar a casa aún. La madre de Sue se había quedado con nosotros, así que tenía posibilidades de desaparecer de ese ambiente durante un par de horas. No demasiadas, pero las suficientes para intentar desconectar.

El sonido del quejido de las cadenas llegaba a mis oídos como si fuese el único del mundo. Era aún temprano para ver a los niños salir de allí. Cuando abrían las puertas, esperaba con paciencia a que fuesen saliendo uno por uno gritando «papá» o «mamá» como si hubiesen pasado siglos sin ver a sus progenitores. Las madres y padres les daban un beso antes de ir a sus respectivas casas o pasarse el resto de la tarde en los parques para jugar.

—¿No es demasiado temprano para la salida de los niños? —preguntó una voz demasiado familiar.

Enfundada en un abrigo negro, rígido, Eli me miraba desde una distancia prudencial. Sus labios estaban pintados de rosa y la sonrisa intentaba escapar. Ni tan siquiera sabía porqué me estaba hablando. Hacía cinco años que no cruzábamos una mísera palabra.

—Hola.

—Hola —sonrió ella caminando hasta el columpio que siempre le había pertenecido—. ¿Vas a esperar mucho más tiempo?

—No. Los niños van a salir pronto.

Asintió metiendo sus manos en los bolsillos.

—¿Me presentarás a tu hijo? —preguntó en un susurro como si le diese miedo la respuesta.

La miré durante unos instantes y luego, suspiré pesadamente porque comprendía que no había recibido la noticia.

—No tengo ningún hijo.

Giró tan deprisa su cabeza que le dio un tirón, por lo que hizo una mueca antes de frotarse ese lado del cuello maldiciendo en voz baja.

—¿Estás bien?

—Sí, sí, tranquilo, yo... —Se levantó del columpio para poder verme mejor colocándose delante de mí—. ¿Cómo es que no tienes ningún hijo? ¿Puedes explicarme eso?

—Claro que puedo. Pero no sé si quieras escucharlo.

Enarcó una de sus cejas y terminó rodando los ojos como si la sola idea fuese una soberana idiotez.

—Explícate.

—No creo que sea un buen lugar.

—Creo que cualquier sitio será igual de traumático.

Sonreí en un intento por reírme de aquel chiste tan malo que había hecho. Así que, metiendo mis manos en mis bolsillos también y escondiendo así la alianza que aún debía llevar en el dedo, intenté centrarme en algo, un punto fijo alejado de ella para que no me costase contarle la verdad.

Dos meses más tarde, después de haberme enterado de que supuestamente sería padre y de que Eli hubiese puesto punto y final a nuestra relación, empecé a sospechar que algo raro estaba pasando porque no le crecía la tripa. Consulté a varios médicos, pero me dijeron que era un proceso más largo, no necesariamente tenían que notarse como otras mujeres que parecían ser más tripa que otra cosa. Así que esperé con paciencia, pero a los ocho meses, no había un solo médico que pudiese decirme que algo así fuese normal. Con el tiempo, había descubierto que no se trataba de un embarazo.

The good boyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora