Capítulo 35

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Sus labios sobre los míos me hicieron tener la fortaleza suficiente como para mandar al diablo el mundo y atraerla a mi cuerpo. La besé del mismo modo que llevaba esperando poder hacerlo durante demasiado tiempo. La había querido besar en ese parque, también en el restaurante, en el campo viendo jugar a mi hijo, en mi hogar, sobre la encimera de la cocina, en el sofá, cuando había ejercido de mi padre riéndose con mi hijo durante sus continuas visitas que nos alegraban el día y cuando la había visto vestida con ese vestido blanco con el que parecía un ángel el día de su cumpleaños. La había deseado en secreto en cada aliento durante años y ahora que podía tenerla de nuevo, me negaba a soltarla demasiado pronto.

Dimos una vuelta más, me separé lo suficiente de su boca para decírselo al feriante y una vez que volvimos a estar en movimiento, nuestros labios volvieron a reconocerse. Reímos en mitad de la vuelta y suspiramos ambos a la vez, necesitando respirar una vez más. Así que, aproveché ese momento para buscar su regalo en el bolsillo de mi chaqueta. Allí estaba la cajita de terciopelo que le había dado años atrás, que había terminado por descubrir Sue y que había guardado con todo el deseo de mi corazón porque algún día pudiese usarla con ella, solo con ella.

Eli sabía lo que contenía, así que se puso tan nerviosa que le temblaron las manos al llevárselas a la boca. La tenía sentada a horcajadas sobre mí y comprendía que quizá no era la mejor postura, pero me negaba a tenerla más lejos de nuevo, al menos por ahora.

—Sé que te he regalado muchas cosas a lo largo de mi vida, pero te hice una promesa. Te prometí que un día te daría este regalo. Ahora sé que debí regalarte esto hace mucho tiempo, a ti, solo a ti. Que no tenía que haber perdido el tiempo dejándome llevar por emociones que solo eran delirios y que debí hacer lo que mi corazón deseó desde que te vio reflejada en la piedra de este anillo —susurré mientras que sus ojos se llenaban de lágrimas—. Desde que me devolviste el anillo, la piedra ha dejado de brillar, he dejado de ver en el diamante tu reflejo, he dejado de buscar mi felicidad. Pensé que no tendría más posibilidades contigo; pero quizá algo, alguien allí arriba se haya dejado de jugar con nosotros o yo me haya dejado de jugar con sus reglas. Así que, ahora, después de tantos años, solo me queda hacerte una pregunta, Eli. Llevo amándote todos estos años y sé que nunca dejaré de hacerlo, por eso me gustaría saber: ¿quieres casarte conmigo y hacerme el hombre más feliz del mundo para el resto de mis días?

Temía que saliese de sus labios una negativa, que ya hubiese sufrido tanto por mí que fuese imposible que me dijese que sí.

El camarero apareció para rellenar nuestras copas. La señora Bloomen estaba absorta en mi historia, esperando que continuase, pero me humedecí los labios porque llevaba tanto tiempo hablando que necesitaba poder parar el relato en algún momento.

—¿Y? ¿Le dijo que sí? ¿Terminaron casándose? ¿Es ella su mujer o es esa tal Kathelyn?

Levanté mi mirada por encima de la mujer.

—Quizá le sea más agradable descubrirlo usted misma, mi esposa viene por ahí.

Felipe corrió adelantándola, empezando a moverse entre las mesas y jugando con uno de los cohetes que seguían gustándole pese a tener nueve años ya. Miró a la mujer y le regaló una de sus mejores sonrisas.

—Siéntate, campeón.

—¿Puedo tomar un refresco? —preguntó ajeno a toda la situación y a la tensión que aún seguía en el ambiente, no le había contestado a la pregunta a la señora Bloomen y se notaba, mucho, que no le hacía gracia no saber.

El sonido de los tacones de mi esposa se iba acercando a la vez que obligaba a todos los presentes a mirarla. Dejó la chaqueta que llevaba encima de los hombros sobre la silla de al lado y cuando se sentó a mi lado, saludó con un apretón de manos a la mujer.

The good boyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora